Lo que la Realpolitik económica no puede permitir: buques rusos en Ceuta

En España se habló, hace algunas semanas, de que se había impuesto en el Gobierno un sentido pragmático respecto al comercio de armas con el Reino de Arabia Saudí. A pesar de las condenas de sus socios de gobierno, de las peticiones de la canciller alemana y de la presión internacional por el atroz crimen en el consulado de Estambul, el Gobierno de Pedro Sánchez se mantuvo firme en su decisión de continuar vendiendo misiles de precisión al Régimen de Riad. Temía que el abandono del acuerdo llevara a que los saudíes cancelaran el encargo de cinco corbetas, muy beneficioso es para la maltrecha economía de Cádiz. Hubo un sentido de la Realpolitik económica y política: España se enfrenta a una desaceleración que asusta, Cádiz es una de las regiones más deprimidas del país y, con las elecciones a la vuelta de la esquina en Andalucía el PSOE no se podía responsabilizar de la pérdida masiva de empleo y riqueza que la cancelación del proyecto saudí tendría para los trabajadores de los astilleros. El empleo y la prosperidad de los españoles se priorizaron al idealismo político que abogaba por desvincular a España de un régimen como el Arabia Saudí.

Sin embargo, recientemente se ha vuelto a producir un hecho que se ampara en una Realpolitik económica y que sin embargo no tiene cabida en la estrategia de España como miembro de peso de la Unión Europea y de la Alianza atlántica. El pasado fin de semana, un crucero antimisiles (el Mariscal Ustinov), un remolcador y un buque-tanque (el Dubna), y sus más de setecientos marineros recalaron en el puerto de Ceuta durante tres días. Los navíos repostaron combustible, cargaron víveres y sus marineros descansaron (y gastaron) en la ciudad autónoma. El comunicado oficial de España insiste en la importancia que tienen los buques por el positivo impacto económico que sus amarres generan en los comercios de la ciudad. Sin embargo, el rédito económico para la población ceutí a cambio de una mayor presencia naval rusa en el Mediterráneo es algo que España no puede permitir.

Entre 2011 y 2016 se produjeron alrededor de sesenta amarres de buques rusos en los puertos africanos españoles. En octubre de 2016, no obstante, se produjo un altercado con el portaaviones Almirante Kuznetsov que se dirigía hacia Siria, donde Rusia estaba intensificando sus ataques sobre el Estado Islámico (EI) – y sobre los opositores de Bashar al-Assad, también. El comando de la Alianza atlántica solicitó que España denegara a Rusia el permiso para que la flotilla que acompañaba al Kuznetsov pudiera repostar en Ceuta. Fue una maniobra curiosa la que hizo España (muy del siglo XIX): no prohibió la entrada de los buques en el puerto, solamente solicitó información al Ministerio de Defensa ruso sobre la misión naval que llevaba acabo; fue la propia Rusia la que, en respuesta a la petición española de información, desestimó que Ceuta fuera el mejor puerto en el que recalar. España no quiso confrontar directamente la autoridad de la Alianza pero tampoco quiso ceder a sus exigencias: Ceuta y Melilla, recordemos, están técnicamente fuera de la órbita de la OTAN pues, a pesar de ser plazas de soberanía española, no forman parte ni de América del Norte ni de Europa (la excepción al artículo 5 del tratado). Aunque la conferencia de aliados atlánticos en Lisboa, en 2010, dio a entender que la órbita de la OTAN se extiende a todos los territorios de sus Estados miembros, no hay nada explícito respecto a los territorios africanos de España. Ese fue, al menos, el argumento de la Armada en 2016.

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Portaaviones «Almirante Kuznetsov», buque insignia de la Armada rusa, navegando por el Mediterráneo occidental en otoño de 2016. La flotilla que lo escoltaba hasta Siria fue la que solicitó recalar en el puerto de Ceuta.

Pero volvamos a 2018. El amarre de los buques rusos coincidió con el encuentro que sostuvieron este martes en Madrid nuestro ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, y el de la Federación Rusia, Sergei Lavrov, uno de los hombres fuertes de Vladimir Putin. Ambos ministros coincidieron en la necesidad de combatir las noticias falsas y las injerencias de hackers en procesos electorales; Lavrov propuso a Borrell la creación una comisión conjunta atajar el problema. Su visita representa una especie de deshielo – llevaba sin venir a España desde 2014. Borrell, además, insiste en la necesidad de normalizar las relaciones con Rusia.

España, sin embargo, se debe a su compromiso con la Alianza atlántica y con la Unión Europea y debemos de ser consecuentes con la política de nuestros aliados. Le debemos un respeto a la Alianza. Permitir que buques rusos reposten en Ceuta (sea la ciudad-autónoma parte de la órbita de la OTAN o no, y genere la parada el beneficio económico que genere) no es un comportamiento coherente para con la estrategia general de la Unión Europea y de la Alianza respecto a Rusia.

La presencia marítima de Moscú en nuestro lado del Mediterráneo responde, como en 2016, a la necesidad que tienen los rusos de continuar apoyando a la Siria de Assad y protegiendo el puerto de Tarto, su base naval en la costa del Levante. No conviene a los intereses de Occidente que Rusia refuerce su presencia marítima allí y no por lo que esto pueda suponer para la guerra de Siria, que sobre el suelo está cerca de acabar, si no para el statu quo post bellum (lo que sucederá después). Rusia está sujeta, además, a un régimen de sanciones económicas impuestas por la Unión tras la anexión arbitraria de la Península de Crimea en 2014. España debe ser consecuente con este régimen punitivo. Y es que Rusia es una potencia que busca desestabilizar la Unión, recuperando así la importancia geopolítica que tuvo en Europa durante la Guerra Fría. «En su afán corrosivo, todo lo que sea desestabilizador de las instituciones le viene bien», esto se lo dijo la vicepresidenta Sáenz de Santamaría al secretario general de Podemos en el año 2017. Rusia sigue la misma lógica. Y es que los populismos, como el de Podemos y el del independentismo, son movimientos que a Rusia le conviene corroan el interior de los Estados europeos. No es casualidad que las injerencias que se han detectado en procesos como el Brexit y el 1-O provinieran de «territorio ruso» – como comentó prudentemente la ministra de Defensa Cospedal en el Congreso en noviembre de 2017.

Nuestros aliados le dan la espalda a Rusia. El Reino Unido expulsó a veintitrés diplomáticos rusos a comienzos de este año como respuesta al envenenamiento de Sergei Skripal y su hija por parte de agentes relacionados con el Kremlin. Otros Estados europeos se solidarizaron con Londres. Rusia tiene una fuerte presencia diplomática en Venezuela – de cuyo territorio también provinieron las injerencias en los momentos ígneos de la cuestión catalana. España debe ser coherente con la Alianza y con la Unión. Debemos de mantenernos fríos, prudentes y distantes con Moscú, sin importar las consecuencias. No podemos permitir a los buques de guerra rusos recalar en nuestros puertos, no cuando Rusia es un peligro para la estabilidad Europa.

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