El gobierno sin gobernación

«Rectificar es de sabios pero hacerlo a diario es de necios». El expresidente Felipe González no pudo haber dado más en el clavo con esta frase. Y es que ya no se puede describir a Pedro Sánchez sino como a un necio. Desde el 1 de junio de 2018 que triunfó una moción de censura por primera vez, España carece de un gobierno que gobierne ya que al Gobierno lo ha devorado el propio tempo de su existencia. Y esto ha sucedido precisamente porque quien lo encabeza no tiene la capacidad para ejercer la gobernación.

Que Pedro Sánchez se pasara el discurso de la moción de censura implorándole a Mariano Rajoy que dimitiera, haciendo así que decayese la censura, no es una casualidad. «Todo esto puede acabar aquí y ahora. Dimita.», repetía una y otra vez el candidato. Pero Rajoy, fiel a su ancha espalda gallega hasta el final, se mantuvo impasible. Y es que el plan del Partido Socialista no era que la moción prosperara. El PSOE, dentro de la degeneración en la que ha ido cayendo en los últimos tiempos, no es el Partido Sanchista y sabía que no se podía conseguir el poder a cualquier precio: había sectores dentro del partido que sabían que era imposible gobernar con 84 diputados de la mano de Podemos y de los independentistas. Eso era una fórmula para el suicidio político. Y sin embargo la moción salió adelante: el pragmatismo de Rajoy condenó al PSOE a gobernar sin poder hacerlo.

No había otra solución para el Gobierno que salió del 1 de julio que convocar elecciones. Tenía, además, la oportunidad perfecta para hacerlo. Tras haber expulsado del poder al partido corrupto y desestabilizador de las instituciones y habiendo conformado un Ministerio feminista y de grandes estrellas como el astronauta, el escritor, el exfelipista o la quasi-comisaria europea, y con un Partido Popular cayendo en una guerra fratricida por la sucesión de Rajoy; el PSOE podría haberse labrado una buena mayoría con facilidad, aprovechando el escaparate de la Moncloa sin que diera tiempo al desgaste por la acción de gobierno.

Sin embargo, esa oportunidad decayó por pura megalomanía de un presidente fénix – quien en el fondo sabe que si se va de la Moncloa no volverá, porque otro milagro como el del Comité Federal socialista de 2017 es muy difícil repetirlo. El PSOE se quedó pues encajado en una posición incomodísima, peligrosísima, que habrá que ver en qué lugar lo deja en las elecciones generales.

Con el fin de disimular esta situación de gobierno en descomposición por los escándalos y en jaque permanente de los independentistas y Podemos, el presidente se lanza a anunciar gigantescas reformas, proyectos políticos que tienen unos dos días de vida de media antes de que los maticen, los desautoricen o los determinen imposibles de llevarse a cabo. La abolición de los aforamientos fue propuesta en un foro a comienzos de septiembre para desviar la atención del Caso Tesis; a día de hoy se ha quedado en nada. Los grandes pactos de Estado que dijo Sánchez iba a conseguir en educación, infraestructura y violencia de género se han quedado en el tintero. El proyecto de prohibición de los coches no eléctricos para el 2050 es un brindis al sol, un “globo sonda”, una forma de que todos desviemos la mirada hacia dentro de treinta años para no percatarnos de la situación imposible en la que está el gobierno de superestrellas a día de hoy.

La prueba de que Sánchez no está capacitado para la gobernación es que las grandes cuestiones políticas lo superan, le vienen grandes. Porque aunque la gobernación española esté paralizada desde junio, en el mundo se continúa rigiendo y a una velocidad vertiginosa. La salida del Reino Unido de la Unión Europea es una de las cuestiones que ha roto la fantasía sanchista. Sánchez, finalmente, no ha podido cerrar los ojos ante la evidencia de que el Brexit supone una oportunidad dorada para alcanzar la co-soberanía anglo-española en Gibraltar, de las últimas colonias británicas y descrita por las Naciones Unidas como una “anomalía” que atenta contra la unidad del territorio español (Resolución 2231-XXI de la Asamblea General de 20 de octubre de 1996). Pero esto una evidencia con la que se ha topado de bruces porque al Consejo europeo de finales de octubre de este año, en el que todos los líderes de la Unión se preparaban para el divorcio británico, acudió con una convicción anonadante. Como informó a las Cortes el 24 de octubre, él había acudido a aquella sesión del Consejo «tratando de negociar los cuatro memoranda [sobre la relación post-Brexit entre España, Reino Unido y Gibraltar]. Si lo logramos bien, y si no también». Un gobernante que acude con esa actitud a la cumbre más importante de la Unión Europea, a tratar el asunto más acuciante al que se ha enfrentado la Unión desde la implementación del euro, es uno al que los acontecimientos arrollan, pasan por encima.

Con su visita a Marruecos también se ha visto cómo la política lo supera. Las relaciones con el Reino alauita son cruciales para España en materia de seguridad, inmigración, comercio y lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Marruecos es nuestra puerta a África, un continente en el que España tiene gran protagonismo. Y sin embargo, el gran proyecto de futuro con el que sale el presidente de Rabat es el de un mundial de fútbol a tres entre España, Portugal y Marruecos – por supuesto sin haberlo consultado con los otros dos interesados.

El Presupuesto General del Estado es el otro tema sideral que escapa al entendimiento del excelentísimo presidente. Alguien por Moncloa le debe comentar que es su obligación constitucional presentar un Presupuesto a la Cámara (Artículo 134.3: «El Gobierno deberá (nótese la obligación) presentar ante el Congreso de los Diputados los Presupuestos Generales del Estado al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior». La opción de la prórroga del Presupuesto del año anterior solo puede darse mientras el ejercicio del presente año esté pendiente de aprobación. Sánchez no puede obviar la obligación que tiene ante la Cámara. El Gobierno no tiene la potestad de decidir si presenta o no el Presupuesto; debe hacerlo, sin importar el varapalo político que le pueda ocasionar no sacarlo adelante (normalmente verse obligado a convocar elecciones).

La falta de capacidad de gobernación del Gobierno Sánchez se debe a que no estaba concebido para poder gobernar en el largo plazo: no tiene margen de maniobra ni apoyos. Solo le queda gobernar por decreto – lo que es imposible en largo plazo sin producir un severísimo desgaste. Para un gobierno en la posición del de Sánchez no queda otra cosa que las elecciones por sentido de Estado: no se puede, por respeto a la Nación, prolongar la parálisis de gobierno. Pero al ser el de Sánchez un gobierno sin capacidad de gobernación no está claro lo que va a hacer. Puede que agote la legislatura a costa de dinamitar la credibilidad del PSOE y, mucho peor, sumergir a España en la crisis económica que asoma en el horizonte. Si llega darse el caso en el que se prorroguen las cuentas de 2018 y se modifiquen a golpe de decreto-ley, la única solución para que Sánchez cayera sería que el ala responsable del Gobierno, es decir los ministros Borrell, Calviño y (puede que) Marlaska y Robles, abandonaran al presidente para que entrara en razón y disolviera las Cortes. Pero eso es algo muy inglés de hacer. En España prima una cultura de aferramiento al poder como la de Sánchez, aunque no tan exagerada ni peligrosa como la suya.

 

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