«Y que siempre sea un título de los reyes de estos mis reinos»

Este día 26 de noviembre es perfecto para abordar el tema de Gibraltar no solo porque ayer se celebrara el Consejo Europeo en el que España perdió de las grandes oportunidades de política exterior de su historia, sino porque hoy se cumplen quinientos cuatro años de la muerte de la reina Isabel la Católica (1474-1504). ¿Qué importancia tiene esta efeméride? Pues que en su testamento, un documento político donde se dejaban las bases para la correcta gobernación de Castilla tras su muerte, la reina dejó escrita su voluntad de que Gibraltar «siempre sea un título de los reyes de estos mis reinos y que siempre tengan en la Corona la dicha ciudad y que no la den ni enajenen ni consientan dar ni enajenar cosa alguna de ella». Felipe V, cuando quiso que las potencias europeas lo reconocieran como rey catoliquísimo se olvidó de la condición impuesta por la Reina Católica: en 1713, el Tratado de Utrecht que lo reconoció como rey de España también formalizó el dominio británico sobre el Peñón, conquistado en 1704 durante la Guerra de Sucesión (1701-1714).

Hoy, más de trescientos años después de Utrecht, España ha perdido la oportunidad dorada que tenía de restaurar su soberanía sobre Gibraltar después de que Pedro Sánchez aceptara como certeza lo que solo han sido expresiones de buena fe que no son vinculantes (una carta del Embajador británico ante la UE). Pero la relación futura del Reino Unido con la Unión aún está por decidirse. Aún esta por formalizarse el divorcio, que debe sortear la difícil traba de la posición parlamentaria de la primera ministra británica. Hay tiempo para que venga un gobierno consciente de la oportunidad histórica que brinda el Brexit y enmiende las política exterior fotogénica del presidente Sánchez. Hasta que llegue ese momento, repasemos la historia del Peñón, España y Gran Bretaña, cuya comprensión es imprescindible en estos momentos. No en vano la Cuestión de Gibraltar orbita sobre la jurisprudencia de Utrecht.

El testamento de la reina Isabel fue ley política, como solía ser el de los reyes propietarios de sus reinos. La Cuestión del Peñón había estado turbando a la reina durante sus últimos trágicos años de vida. Gibraltar, el punto por donde entraron los árabes en el siglo VIII y la llave del Mediterráneo cuya importancia geoestratégica no necesita aclaración, había sido incorporado a la Corona de Castilla en 1497 tras arrebatársele la plaza a la Casa de Medina-Sidonia. Culminaba así el proceso de consolidación de la autoridad real en la crítica zona del Estrecho, crucial tras la conquista de Granada cuando comenzaron las incursiones castellanas en la costa de Berbería para frenar la piratería de los musulmanes. (Para más información sobre la geopolítica de la Reina Católica, véase mi libro Los últimos gobernantes de Castilla – próximamente). Isabel la Católica quería asegurar con su testamento que sus sucesores nunca cedieran el control de la llave de la Península, devolviéndola a la nobleza, razón por la cual ordenó que fuera incorporada al Patrimonio Real.

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«A British man of war before the Gibraltar Rock», cuadro del pintor británico Thomas Whitcombe (c.1763-c.1824), especializado en pintura marítima durante las Guerras Napoleónicas. El buque británico frente al Peñón refleja el poderío naval británico a las puertas de España.

En 1704 Gibraltar cayó en manos británicas. Inglaterra (Gran Bretaña desde 1707), artífice y piedra angular de la Gran Alianza anti-francesa que sustentaba al bando austracista en el plano internacional de la Guerra de Sucesión, obtuvo así la primera gran victoria de la guerra en el escenario Mediterráneo. (Se había intentado tomar Cádiz en 1702 pero la neutralidad de Portugal lo había hecho imposible. Desde 1703 Portugal se adhirió a la alianza anti-borbónica y permitió a las potencias marítimas usar Lisboa como base de operaciones). Con Gibraltar en manos británicas se desestabilizó el comercio español a través del Estrecho, y el proveniente de América estuvo bajo peligro constante. Infantería de marina británica guareció la plaza y el castillo de los borbónicos. En teoría sostenían Gibraltar en nombre de Carlos “III” (el archiduque pretendiente). Carlos “III” quiso además que quedara meridianamente claro que Gibraltar era parte de su España. El Pretendiente así se lo expresó a la reina Ana de Gran Bretaña en una carta en 1705, en la que se refirió al Peñón como «ma ville de Gibraltar». Luego la toma británica del Peñón no estaba concebida en la largo plazo; muchos en Londres sabían que cuando Carlos “III” ganara la corona sería difícil que aceptara una España sin Gibraltar. Fue este uno de los factores que hicieron más fácil el divorcio británico del archiduque en 1711, cuando este se hizo con la corona imperial tras la muerte de su hermano. De pronto el eje Austria-España se hizo tan peligroso como el de Francia-España; Gran Bretaña aprovechó la ocasión para llevar a cabo una posición independiente en la guerra que le granjeara no tener que entregar Gibraltar a ninguna de las Españas que resultara vencedora.

En 1713, Luis XIV de Francia, rey anciano, exhausto y arruinado tras un septuagenario reinado en guerra, comenzó las negociaciones de paz en Utrecht. Los embajadores de Felipe V, su nieto, fueron retenidos en París por las autoridades francesas mientras se formalizaba su pasaporte de entrada en Holanda. (Esa fue la excusa: Luis XIV no quería que los representantes de su nieto entorpecieran su negociación con las otras potencias). Finalmente, el duque de Osuna y el marqués de Monteleón, llegaron a Utrecht para firmar la paz, entre otros, con los ingleses. Las instrucciones de Felipe V a sus embajadores era precisas. Había tres temas que al rey Borbón importaban por encima de todos los demás (i.e. Gibraltar): retener para sí la corona de Nápoles (que no se le concedió), mantener intacto el monopolio comercial con América (que no se pudo) y que las potencias no apoyaran a los catalanes cuando se les privara de sus fueros (eso sí lo logró). La parte que nos concierne del Tratado es el Artículo X, que es el referente a la cesión de Gibraltar. España cedía «la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas (…) con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno». Sin embargo, se establecía que «la dicha propiedad se ceda a la Gran Bretaña sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra». Luego el istmo en ningún caso es parte del dominio británico.

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Mapa mostrando las fronteras de Gibraltar y su istmo.

La Cuestión del Istmo es en sí otro mundo. Entre 1854-63, Gran Bretaña comenzó a construir una valla dentro del territorio neutral del istmo alegando que tenía licencia (que se remontaba a tiempos de Fernando VII) para construir barracones sanitarios en tiempos de peste en Andalucía. En 1908 construyeron una segunda valla más cerca de la frontera española, apropiándose de una mayor parte del territorio neutral llegando a ocuparlo casi entero durante la guerra civil española. La zona del aeropuerto es una zona ocupada por Gran Bretaña aprovechando la debacle de España entre 1936-9 pero no tiene derecho de tratados sobre ese espacio por ser parte de la conexión territorial con España que Utrecht prohibía expresamente fuera británica. La pista de aterrizaje, además, entra en aguas españolas: Utrecht no daba licencia a Gran Bretaña sobre las aguas de Gibraltar, únicamente sobre las de su puerto. (En artículos posteriores, España incluso se reservaba el derecho de admisión de buques en las aguas de Gibraltar, temiendo que los tratados entre Gran Bretaña y los reinos del Norte de África pudieran resultar en una mayor presencia naval musulmana en el Estrecho).

España continúa alegando que la frontera británica es la de 1713, la que no se aplica al istmo. El Brexit daba la oportunidad de lograr la co-soberanía, de confrontar la presencia británica en el istmo (tomando el control del aeropuerto) dado que la única forma de que Gibraltar continúe formando parte del mercado único es que sus relaciones exteriores estén a cargo de un Estado miembro. El Gobierno insiste en que ha logrado algo histórico pero el hecho de que Theresa May siga diciendo que defenderá a la familia del Reino Unido (Gibrlatar no es parte del Reino Unido de acuerdo con la sentencia del Tribunal Europeo de Justicia) evidencia que Londres no cederá en la cuestión de la soberanía. Queda poco tiempo para enmendar la terrible política de Sánchez respecto al Peñón. Será difícil que se vuelva a dar una situación semejante a esta en la que esté tan al alcance de la mano que Gibraltar vuelva a ser uno de los títulos de los reyes de estos reinos.

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