Imperios exhaustos: la decadencia física y moral de Occidente

Sostener la hegemonía incuestionada supone para los Estados un enorme esfuerzo estratégico y socioeconómico. Cuando las potencias hegemónicas acaban sobredimensionándose, como el Imperio romano, el británico y el estadounidense, entran en una decadencia no solo política, sino también moral y física. Ante el esfuerzo colosal del mantener el imperio, las sociedades se retraen y se consumen en un decadentismo cuyas causas desconocen.

La caída política del Imperio romano en el siglo V d.C. estuvo precedida por dos siglos de una crisis de los valores romanos tradicionales y por una corrupción de la sociedad del Imperio. Comenzó cuando se reemplazó a los emperadores dinásticos por los militares, que eran aupados y derrocados por el ejército. Luego vino el cristianismo: la necesidad de ceder la religión – que era tanto intimidad de conciencia como la fuente de propaganda y legitimidad romanas – y adoptar el credo de un grupo opositor político implica la máxima decadencia y debilidad del Imperio. Se produjo una involución de la belleza en el arte, que se fue haciendo más tosco, expresivo y oscuro. El toque de gracia fue el de la ampliación del derecho de ciudadanía y de ingreso en el ejército, que fue lo que permitió a los bárbaros insertarse en la sociedad.

La decadencia del Imperio británico vino a finales del siglo XIX. Lord Salisbury, que fue primer ministro conservador en varias ocasiones entre 1880 y 1902, representó el espíritu decadente y cansado de una sociedad victoriana que estaba tan apagada ya como su anciana y obesa reina. Para finales del siglo XIX, Gran Bretaña confrontó el problema de su lugar en el mundo y es que parecía que los días de oro de su Imperio se habían esfumado sin que nadie se diera cuenta. En el plano político habían emergido países como Francia, Alemania, Estados Unidos y Japón. Estas cuatro potencias habían enfrentado un proceso de regeneración nacional durante la década de los 60 y 70: Francia había abandonado el II Imperio y formalizado, tras la anárquica y sangrienta comuna de París, la III República; Prusia había abanderado la unificación de Alemania; Estados Unidos había emergido de su guerra civil y miraba a Latinoamérica y el Pacífico; y Japón había abandonado dos siglos de aislamiento con la Restauración Meijii (1867-8), que fue el primer paso hacia una modernización profunda y una proyección exterior.

Los cuatro grandes actores que aparecieron cuestionaron el sistema global de comercio y colonialismo que Gran Bretaña había creado de acuerdo a sus intereses durante los años de dominio solitario del mundo. Alemania, por ejemplo, era proteccionista y autoritaria y su economía estaba bajo un poderoso control estatal; Estados Unidos recelaba de que se interviniera en sus esferas de influencia; Japón ansiaba labrarse un imperio en el Asia continental lo que podía amenazar los enclaves comerciales británicos en la costa de China. El sistema imperial británico, basado en el libre comercio y la libre navegación, enfrentaba opositores por primera vez. Su imperio, además, se estaba sobredimensionando: la necesidad de proteger Suez, India, Afganistán, Sudáfrica, el Extremo Oriente, el Mediterráneo… acabó por agotar a Gran Bretaña.

Socialmente, el Imperio también se resintió. Los británicos se enfrentaron entre aquellos que abogaban por una federación imperial, un abandono del Imperio o un imperialismo más fuerte (impulsado por el darwinismo social y el jingoísmo). En la década de 1890 también se produjeron importantes debates respecto al sistema educativo: ¿qué hacían los niños estudiando latín en las escuelas en vez de economía y nuevas tecnologías como hacían en la dinámica Alemania? Cundía la sensación de estancamiento.

Ese sentimiento se trasladó a lo físico. Cuando se llevaron soldados a combatir a los bóeres en Sudáfrica, no había comparación física entre unos y otros: los bóeres (habitantes de Sudáfrica descendientes de los colonos holandeses) eran altos y fornidos mientras que los soldados británicos, en su mayoría gente de clase obrera que había crecido en las fábricas, eran bajos, escuálidos y tenían una complexión débil y enfermiza. Era como si después de un siglo de esplendor, el Imperio se hubiera agotado y hartado de sí mismo. Ese decadentismo se tradujo en política: se fomentó el aislamiento (mal llamado “espléndido”) y se incrementó el proteccionismo. Para después de la Primera Guerra Mundial, el Imperio británico estaba en el punto más débil de su historia. No sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial.

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«The Course of Empire» es una serie pictórica del pintor americano Thomas Cole (1801-1848) que representa las cinco fases de los imperios: lo Salvaje, la Etapa Pastoral, el Cénit, la Destrucción y la Desolación posterior. Se pintaron entre 1833 y 1836. Fueron muy criticados por el Partido Demócrata: muchos de sus miembros rechazaron el mensaje de las pinturas argumentando que Estados Unidos nunca conocería ni la Destrucción ni la Desolación.

Con Estados Unidos está sucediendo exactamente lo mismo que con el Imperio británico. Los “felices años 90” en los que EEUU era la única potencia global y en los que el sistema internacional tras la caída de la Unión Soviética era unipolar, llegaron súbitamente a su fin cuando el excepcionalismo liberal americano explotó en Irak y Afganistán ente 2001 y 2003. El poder americano se estiró en demasía y se quedó enredado en conflictos quísticos. Se perdió la oportunidad de poder atraerse a la Rusia postsoviética que lejos de volverse un aliado regresó como enemiga. Se descuidaron las relaciones con Europa y se ignoró el imparable ascenso económico de China. El siglo XXI está siendo el de la decadencia americana. Ello se ve reflejado en el sistema internacional, donde ha vuelto la multipolaridad y la necesidad de lograr un equilibrio decimonónico entre las grandes potencias, y en el discurso académico global en el que Estados Unidos ha perdido toda su credibilidad como abanderado del liberalismo y su legitimidad para usar el título de “líder del mundo libre”.

La decadencia política de EEUU se percibe también en la propia carne de los americanos. El proteccionismo se adopta como una de las políticas paranoicas frente a los enemigos económicos de los Estados Unidos (tanto inmigrantes latinos como compañías chinas – están al mismo nivel). La nación que históricamente abogó por la libertad de comercio, por la “política de puertas abiertas” y que condenaba los bloques económicos del mundo comunista, se encierra en sí misma y pone en peligro el libre comercio con sus aranceles y sus tarifas. Los estadounidenses se encuentran políticamente divididos: nunca como hasta ahora se habían visibilizado tanto las cicatrices entre las costas y el interior, entre las hipermetrópolis y las profundidades rurales. Una sociedad dividida y con miedos (a la inmigración, a la deslocalización del empleo hacia otros continentes…), recelosa de su administración y en la que emergen populismos xenófobos es un síntoma de crisis, de decadencia, de agusanamiento. Esta crisis también tiene una dimensión física. Estados Unidos es el país con mayor obesidad del mundo: la OCDE estimó en su estudio de 2015 que el 38,2% de la población mayor de 15 años padecía obesidad; para el año 2020, tres cuartos de la población estadounidense tendrán un problema de sobrepeso. Y no es solo la obesidad. Las drogas se han convertido en la mayor lacra sanitaria de Estados Unidos en los últimos años. En 2016, la SAMHSA (Substance Abuse and Mental Health Services Administration), estimó que 7 400 000 de americanos por encima de los once años tiene un problema con las drogas, siendo las principales los opiáceos y la marihuana.

Estados Unidos es el máximo exponente de esta decadencia histórica que ya han pasado otros antes. En Europa parece que la luna de miel liberal también llega a su fin: lo augura el auge de los populismos disgregadores y de los extremismos políticos en lo que era un continente que parecía haber aprendido la lección histórica de los excesos a izquierda y derecha. ¿Será esta la crisis del orden liberal de la que se habla? Es sin duda una parte de la misma. El remedio es difícil de encontrar, especialmente porque seguimos dormidos y pensando que continuamos a la cabeza del mundo libre.

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