Latinoamérica fue de los puntos más candentes de la Guerra Fría. En el siglo XX, Estados Unidos colaboró para que regímenes militares archiconservadores se hicieran con el poder porque era preferible que las dictaduras fueran fascistas (y consideradas con los intereses de compañías norteamericanas) que comunistas. Pero contrariamente a la percepción general, Estados Unidos intervino en Latinoamérica para combatir la amenaza de la Cuba castrista, no de la Rusia soviética. Ésta última, más allá de la crisis de misiles en Cuba, estaba muy alejada de los movimientos comunistas en Sudamérica; el único foco era el castrista. La Guerra Fría de Sudamérica tiene como actor principal del bloque comunista a Cuba que a partir de los años 60 y 70 comenzó a desmarcarse de la agenda soviética y a perseguir políticas que en muchas ocasiones incomodaban a los propios dirigentes del Kremlin, como la intervención en Argelia y Angola, por ejemplo.
A día de hoy estamos viviendo una situación semejante en el Caribe pero con tintes, no obstante, algo diferentes a los del siglo anterior. Evidenciado como ha sido que el castrismo tenía un fuerte carácter personalista, Cuba se está desinflando como líder comunista en el Hemisferio Occidental. El acercamiento a Estados Unidos durante los últimos años de Barak Obama así lo confirma. Cuba forma un extraño y solitario tándem con el otro Estado paria, la Venezuela chavista, en una Sudamérica que está consolidándose mayoritariamente a lo largo de líneas democristianas (Chile, Argentina, Paraguay, Colombia, Perú…). En socorro de esta entente socialista y solitaria acude Rusia que es quien está llevando a cabo la Guerra Fría del Caribe en el siglo XXI, cosa que no hizo en la guerra del siglo XX.
A comienzos de diciembre de 2018, Rusia desplegó efectivos militares en Venezuela a una escala sin precedentes: dos bombarderos Tupolev 160 sobrevolaron el Mar Caribe; el ministro de Defensa ruso, el general Sergeui Shoig, informó sobre el próximo estacionamiento de buques y aeronaves en Venezuela como parte de la relación de cooperación militar entre ambos países. A todo ello se suma el importante apoyo económico que el régimen de Vladimir Putin supone para la maltrecha República Bolivariana, al borde de convertirse en un Estado fallido.
Rusia no es el único país que ha anunciado el despliegue de fuerzas en el país caribe. Irán es otra de las potencias que está desarrollando un poderoso interés en el régimen quebradizo de Nicolás Maduro. La Armada iraní ha anunciado el envío de una misión militar a Venezuela de unos cinco meses de duración. Esa misión la liderará la fragata Sahand, un buque de gran autonomía, al parecer habilitado con sistemas de detección de radares y helicópteros. La relación entre Venezuela e Irán tiene precedentes: ambos países tienen en común las feroces repercusiones económicas de las sanciones impuestas por Estados Unidos. Hugo Chávez ya comenzó un intenso acercamiento a la órbita iraní no solo en el plano económico sino también en la arena estratégica de Oriente Medio, donde el chavismo comenzó a apoyar a la milicia terrorista Hezbolá a la que ofreció un puerto seguro en Venezuela.
Rusia e Irán forman eje de mucho poder en Oriente Medio, un eje que está confrontando con fuerza y dejando en jaque al de Occidental. En Oriente han ganado la batalla pues Bashar al-Assad se está consolidando en el poder y han atraído a su causa a un miembro de la Alianza Atlántica, Turquía. Ese eje que está cargado de potencia diplomática se está trasladando ahora al Hemisferio Occidental para no perder la punta de lanza que el comunismo en Sudamérica siempre ha comportado para Estados Unidos. Las intenciones de gran parte de la comunidad internacional por un cambio de régimen en Venezuela se han manifestado en clamores a favor de una intervención militar, los más vigorosos los hechos por el presidente electo del Brasil, Jair Bolsonaro, y por el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro. La llegada de fuerzas militares rusas e iraníes coincide, además, con acusaciones de la Cancillería bolivariana contra Estados Unidos respecto a una supuesta conjurara para tratar de asesinar a Maduro.

El clima de guerra debe de haber dejado la retórica diplomática porque ya han comenzado los movimientos militares. Que Rusia e Irán planten aviones y buques en el Caribe no responde simplemente a las palabras incendiadas de algún mandatario; en la oscuridad de la diplomacia secreta entre cancillerías el ruido de sabes debe de ser ensordecedor. A Rusia no le conviene la caída del régimen chavista y la instauración de un directorio militar tutelado por Washington que presida una transición a la democracia – que es lo que sucedería si se diera una intervención militar. Estados Unidos afianzaría su hegemonía en las Américas, la misma que el chavismo había cuestionado durante años y no por la fuerza que pueda tener por su cuenta si no por las amistades peligrosas a las que podía colocar en el patio trasero de América. Rusia perdería además un aliado económico sublime, porque no hay mejor aliado económico que el desesperado. Ahogado por las sanciones de la comunidad internacional, Maduro no ha tenido otra opción que poco menos que regalar el petróleo venezolano a Moscú que además tiene vía libre para invertir en el territorio. Rusia paga por adelantado a Maduro y le envía trigo para paliar la grave crisis de subsistencia que afronta el país, pero no le concede empréstitos, que es lo que persiguen desde Caracas. Venezuela se está convirtiendo en un paraíso paras los oligarcas rusos y sus compañías petrolíferas y gasísticas. Y también para las chinas, el otro país con el que Maduro trata de forjar alianzas. Todo esto cesará inmediatamente si el chavismo es reemplazado por un régimen que esté en la órbita económica americana.
El líder bolivariano vende a trozos la soberanía económica de su país con el fin de que las grandes potencias enemigas de Estados Unidos lo protejan. Maduro espera que la eventual militarización de su país con armas extranjeras disuada a Estados Unidos, Brasil y Colombia de intentar derrocarlo. Sin duda es una maniobra que hará que se repiensen las cosas dos veces antes de volver a llamar a la intervención militar. Pero, por otro, lado, ¿hasta qué punto está siendo contraproducente? Se abre un dilema muy clásico en las relaciones internacionales: el dilema de seguridad. El presidente de Colombia, Iván Duque, ya ha alertado de que la presencia de fuerzas extranjeras en Venezuela es una provocación. Puede que Maduro precipite una posible guerra con otros países sudamericanos que vean como una amenaza la creciente militarización venezolana y quieran intervenir antes de que a Rusia e Irán les de tiempo de mandar más efectivos. Tampoco es descartable que ahora que hay más potencias involucradas no se refuercen las vías subversivas y se trate de que el régimen caiga desde dentro.
En esencia, se avecinan unos tiempos muy tumultuosos para el Caribe meridional porque la balanza de poder está en descomposición. Cada vez que un Estado del calibre de Venezuela está en riesgo de implosión, la tensión y la anarquía del sistema internacional aumentan porque las potencias comienzan a especular con el statu quo post bellum y la situación que emergerá una vez el régimen colapse. Que Maduro venda su soberanía económica a cambio de apoyo militar ya evidencia lo poco que le queda al chavismo de vida. La presencia de armas rusas e iraníes responden tanto a un interés de Moscú y Teherán por evitar que Maduro caiga como a una necesidad preventiva de hacerse con una posición de fuerza de cara al momento en el que el chavismo se hunda del todo.