El año 2018 lo ha marcado en nuestro país el derrocamiento del sistema que había preponderado en la derecha desde 2004. Catorce años de rayoismo, de tecnocracia no ideológica, han caído a lo largo de estos doce meses. Todo comenzó con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. Quién iba a pronosticar que su caída y rápido reemplazo por su segundo, Ángel Garrido, fuera a ser el principio del fin del rajoyismo. Cuando cayó Cifuentes producto de una cacería periodística que acabó en la filtración de aquel infame vídeo de una cámara de seguridad, el PP central intervino el PP de Madrid al frente del cual se puso a Pío García-Escudero. Había que renovarlo de cara a las elecciones autonómicas de 2019. Se especulaba, decían, con una Soraya Sáenz de Santamaría para la Comunidad y un Pablo Casado para el Ayuntamiento. Curioso cómo han cambiado las cosas en a penas unos meses.
La caída de Cifuentes pareció exacerbar la lucha por la sucesión de Rajoy y tanto Sáenz de Santamaría como Dolores Cospedal intentaron quitarse a la otra de en medio encadenándola a la política autonómica. De Casado ni se hablaba… Cifuentes cayó el 28 de abril. Pasó poco más de un mes antes de que cayera Mariano Rajoy cuando estaba en el punto más fuerte de su legislatura, con unos presupuestos recién aprobados con los apoyos del Partido Nacionalista Vasco. La moción de censura no iba a prosperar porque el PNV se había mostrado como claro aliado de Rajoy. En el PSOE la presentaron con aquella intención. Pero salió adelante y el que parecía eterno presidente, que todo lo había sobrevivido a base de espalda, perdió el gobierno.
Por primera vez en la historia de la democracia triunfaba una moción de censura que dio pie a un gobierno débil, apoyado por lo peor del Congreso, y que pronto se desdijo de su intención de convocar elecciones para aferrarse a las paredes de la Moncloa. Con la salida de Rajoy se adelantó abruptamente la guerra sucesoria en el PP que iba a ser entre las dos herederas naturales: Sáenz de Santamaría y Cospedal, ya que Feijóo se desentendió. Fue la tardanza de las herederas en presentar su candidatura, porque estaban esperando a que Feijóo diera el paso atrás, lo que granjeó un espacio para que el joven vicesecretario de Comunicación de corte aznarista diera un paso al frente y (sorpresa) acabara ganándole la presidencia a quien lo había sido todo en España entre 2011 y 2018.
Cuando ganó Pablo Casado se habló de cuál iba a ser la forma de integrar al equipo de la exvicepresidenta que después de todo había conseguido el aval mayoritario de los afiliados. Era evidente que no iba a haber integración, especialmente por parte de Sáenz de Santamaría por mero orgullo histórico: el león viejo no puede convivir con el león nuevo y, como bien dijo un excelente periodista (Carlos Alsina) por entonces, no era posible la convivencia entre alguien que lo ha sido todo y alguien que tiene que empezar a demostrar que es algo…
Se fue Sáenz de Santamaría y con ella el peso rajoyista de la tecnocracia no ideológica, de esa valiente y pragmática forma de gobierno, mal comprendida por la derecha tradicional, en la que las realidades posibles de la sociedad se anteponen a la ideología de partido y en la que los requisitos del estatismo y la gobernación están por encima del programa electoral. Cospedal parecía haberse quedado adherida al nuevo PP que no en vano se había conformado con su apoyo – y es que las primarias del Partido no las ganó Pablo Casado si no que las perdió Sáenz de Santamaría, cosas bien distintas.
Y sin embargo también se fue Cospedal a raíz de las psicofonías que el excomisario José Manuel Villarejo filtraba desde la ultratumba. La exsecretaria general fue entonces llamada a la planta noble de Génova 13 y fue recibida por el nuevo secretario general Teodoro García Egea. De esa entrevista podría salir una novela psicológica fascinante, casi de Stefan Zweig: lo viejo enfrentándose a lo nuevo; lo nuevo obteniendo su bautismo de sangre desplazando a lo viejo. Y es que Cospedal sabía lo que sucede cuando te recibe el secretario general y no el presidente del Partido: te van a pedir que te eches a un lado. Y lo sabía porque era lo que llevaba haciendo desde 2008. Aquel debió de ser como un momento de choque de eternidades, la de Rajoy que se deshacía y la de Casado que comenzaba.
Del PP de hace un año no queda nada. Las figuras más representativas del rajoyismo, enfrentadas entre sí, han abandonado la vida política. Comienza una nueva etapa para el Partido Popular que apuesta por el rearme ideológico, por abandonar la tecnocracia no ideológica y pragmática que muy pocos entendían pero que al final ha sido de las formas más serenas y pragmáticas de gobernar, la que nos ha conducido a través de la peor crisis socioeconómica de nuestra historia reciente. Evitar el rescate europeo que nos hubiera lastrado, salvar al sistema financiero del colapso y poner en marcha la máquina de la creación de empleo ha sido posible gracias al advenimiento de la tecnocracia durante estos últimos años. Y perdóneseme la última elegía que este nostálgico rajoyista le hace a la derecha y a la forma de gobernar de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría.
¡Aprovecho asimismo para felicitar a todos los lectores de De Historia, Política y Perros una muy feliz Navidad y daros las gracias por estos meses que el blog lleva de vida!