No nos olvidemos del proyecto

Creo que hay una línea muy fina entre la oposición de desgaste y la falta de programa de gobierno alternativo (que es lo que toda oposición debe ser en esencia). Al Gobierno de Pedro Sánchez le sobran los escándalos para que todos nos llevemos las manos a la cabeza: los viajes en el Falcon, la docena de ministros en la cuerda floja, la pésima política en Gibraltar, la desaceleración económica, el apaciguamiento al independentismo… Sin embargo, el Partido Popular no puede hacer del desgobierno de Sánchez la piedra angular de su oposición pues corre el riesgo de ser absorbido por la crispación y, entre queja y sobresalto, dejar de presentar a los ciudadanos con un proyecto alternativo de gobierno.

Dolors Montserrat, exministra de Sanidad, se convirtió en portavoz parlamentario del PP tras la victoria de Pablo Casado. Desde el verano se han hecho famosos sus enfrentamientos durante las sesiones de control al Gobierno con la vicepresidenta Carmen Calvo. A base de chorros dialécticos inflamados, Montserrat le pone a Calvo el espejo delante haciéndole ver cómo el Gobierno de Sánchez se ha vendido al independentismo, no garantiza el cumplimiento de la constitución, ni la seguridad de los jueces, ni la paz social en Cataluña… Toda la oposición que la número 2 del grupo parlamentario le hace a la número 2 del Gobierno se basa en una queja constante, en un reproche de lo que el Gobierno no hace.

Pero ello no puede ser todo sobre lo que se erija una oposición responsable por dos razones. La primera, el PP tiene que hacer ver que tiene un proyecto de medidas concretas con las que contestar a los males del socialismo. No basta con señalar lo mala que es la enfermedad, eso lo sabemos todos; hay que proponer cirujías y tratamientos concretos. La segunda es que la queja, la denuncia, pierden muchísima fuerza cuando se sobreutilizan. Si tras usar las sesiones de control para hablar de proyectos de ley, de alternativas políticas, de pronto se levantara alguien del PP y acusara al Gobierno de Sánchez de venderse al independentismo y negarse a aplicar la constitución, el Hemiciclo quedaría demudado. Pero si día sí, día también se levantan en la tribuna popular y llaman «traidor» a Pedro Sánchez, a pesar de que lo sea por vender el PSOE a los protagonistas de la rebelión catalana, política y dialécticamente se pierde fuerza. Se acaba entrando en un bucle peligroso en el que se puede sospechar que la inflamación dialéctica (aunque, reitero, justificada por la situación) está tratando de esconder la falta de programa.

La explicación a la pregunta de cómo es posible que el PSOE sanchista, después de venderse al independentismo y protagonizar escándalos semanales, continúe siendo el primer partido en intención de voto, radica en el hecho de que desde La Moncloa se puede presumir de programa con mayor facilidad. Es tan simple como ir moviendo el Consejo de Ministros como si fuera la corte itinerante de Carlos I o como aprobar un decreto para subir el Salario Mínimo Interprofesional (SMI). Desde la oposición es, sin duda, más complicado porque no se cuenta con el escaparate del poder, con la capacidad de «hacer cosas». Pero además el nuevo PP de Casado tiene poca enjundia, se queda vacío más allá de la figura de un joven líder con un estilo parlamentario muy potente. El PP debería explotar la facilidad aparente que tiene su presidente para salir a la tribuna de oradores durante media hora sin papeles para presentar un programa alternativo de Gobierno, no solamente para señalar lo terrible que es Sánchez, que lo vemos todos a diario. Esto es imprescindible para el votante de centro-derecha, que no puede dejarse guiar por las quejas; necesita de medidas que vayan más allá de pequeños proyectos de ley que han quedado en papel mojado en las Cortes, como la Ley de Símbolos.

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Bancada del Partido Popular en el Congreso de los Diputados. En la primera fila, de derecha a izquierda, Pablo Casado (Presidente), Dolors Montserrat (Portavoz), Teodoro García Egea (Secretario General). En la segunda fila, de derecha a izquierda, María González, Isabel García Tejerina y Antonio Hernando.

 

El PP de Casado tiene que traer a la primera plana a profesionales del Partido, que hay muchos. (Tampoco conviene abusar de los independientes porque tienen la lacra de que no son conocidos de cara a la opinión pública). Teodoro García Egea, el secretario general del PP, es, a mi entender, un hombre de gran potencial a quien el PP debería sacar de la sombra de los entresijos partidistas y lanzarlo a combatir en el terreno de la gestión de la res publica. García Egea es doctor ingeniero y es un gran conocedor del mundo de las nuevas tecnologías. Es la persona perfecta para enfrentar la política descabezada y desentendida que, por ejemplo, José Luis Ábalos está llevando a cabo en Fomento. El PP cuenta con muchos profesionales como García Egea que pueden confrontar la política de socialistas como Ábalos que han accedido a ministerios muy técnicos como recompensa a su lealtad al sanchismo. (Ábalos es maestro y pasa más tiempo ejerciendo como Secretario de Organización del PSOE que como ministro). Isabel García Tejerina es otro de estos casos: ha sido una gran ministra de Agricultura de la era Rajoy y sin embargo está a la sombra de un discurso inflamado. Urge que el PP recupere a sus profesionales y comience a llevar a cabo una oposición política. Necesita conformar una suerte de gobierno en la sombra con el que hacer frente al sanchismo desde un ángulo realista. Los discursos denunciantes son poderosos, sin duda, pero no pueden mantenerse ininterrumpidamente durante siete meses.

La Convención Nacional del PP, prevista para finales de enero, es una gran oportunidad para que se reconsidere el papel como líder de la oposición y la forma de confrontar al Gobierno de Pedro Sánchez. El PP tiene que presentarse como una alternativa de gobierno, tiene que responder a la pregunta de qué iniciativas ejecutivas y legislativas tomaría al llegar a la Moncloa. La moción de censura que Felipe González presentó al Gobierno de Adolfo Suárez en 1980 sirvió al líder socialista de escaparate para presentar una batería de medidas y hacer como si fuera su propia sesión de investidura, en la que el candidato a la presidencia explica sus propuestas a los ciudadanos. Esto es lo que falta en el nuevo PP: que se conozca cuál es el proyecto de ese centro-derecha revitalizado, que Casado se vea como presidente del Gobierno y explique cuál sería su agenda política.

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