La Oposición tiene como deber fundamental el control de la gestión del Gobierno para evitar la tentación de que este gobierne solo para aquellos que le votan en vez de para todos los ciudadanos. La figura de la Oposición española está dotada de cierto poder que debe utilizarse en el sistema de equilibrio de poder, checks and balances, que constituye el juego democrático. Ese poder es el de la moción de censura, figura calcada de la ley de Bonn alemana, que permite a la Oposición proponer un candidato alternativo a la presencia del Gobierno. (Funciona —como ya sabemos— de manera diferente en el Reino Unido donde la «motion of no confidence» presentada por la Muy Leal Oposición de Su Majestad no derriba un Gobierno y pone otro, sino que genera una inmediata convocatoria electoral).
En España la única moción de censura que ha triunfado, la de Pedro Sánchez, se presentó bajo el imperativo de la «higiene democrática» (concepto muy conocido y estudiado en la politología) contra el Gobierno de Mariano Rajoy. Hoy ha llegado el momento de que, a pesar de las voces que lanzarán desde la Izquierda acusando a la Derecha de banalizarla el instrumento censurador, Pablo Casado, líder de la Oposición, promueva la censura del Gobierno de Sánchez si verdaderamente considera que su presidencia atenta contra el interés general —como sin duda hace.
Es difícil que triunfe y desde la Tribuna de Oradores se debería apelar al voto de diputados socialistas disconformes con su presidente para tratar de lograrlo. Pero la dificultad de la cuestión no puede hacer que la Oposición olvide sus funciones y sus deberes. Mariano Rajoy se lo dijo a Pedro Sánchez durante un debate en 2015 después de que el líder socialista lo llamara «indigno»: «Señor Sánchez: si usted creía que yo era indigno de ejercer la presidencia del Gobierno su deber como líder de la Oposición era presentar una moción de censura. Yo en su lugar lo habría hecho». El expresidente recordó lo que supone estar al lado opuesto del banco azul vigilando la acción de gobierno. De nada sirve airear palabras de gran calado como «traidor» o «felón» y convocar a la gente a la calle —cosa, no obstante, totalmente legítima— si se reniega de la posición institucional. La batalla contra la felonía de Pedro Sánchez —semejante a la de Godoy y Fernando VII que se vendieron a Napoleón Bonaparte, anteponiendo sus propios intereses a los de la nación española— debe librarse en las Cortes Generales y con las armas con las que para ello provee el sistema constitucional. El PP debe liderar una censura por compromiso moral para con su deber de Oposición, sin importar que no vaya a salir adelante.
Porque no es una «pérdida de tiempo», señor Rivera. El líder de Ciudadanos advirtió ayer al PP de que no cuente con sus escaños para una hipotética censura al Gobierno, porque considera que como no va a prosperar, no merece la pena. Esta postura nos confirma que el Sr. Rivera no ha aprendido de los errores del pasado. El mayor fallo que se le puede achacar a Ciudadanos es que no se presentara a la sesión de investidura en Cataluña siendo el partido más votado en las elecciones y el ganador en escaños, solamente porque no había mayoría constitucionalista. Los gestos en la política son extremadamente importantes y aquella actitud, como la que hoy muestra el Sr. Rivera diciendo que si no es para ganar no arrima el hombro, se traduce como una bochornosa dejadez y traición de la confianza depositada por los votantes. Los votantes del centro-derecha constitucionalista, incluso los de la Izquierda constitucionalista, tienen que ver que sus representantes utilizan los organismos pertinentes para llevar a cabo un cambio imperioso. Lo que es una pérdida de tiempo es que las movilizaciones no se compaginen con una ofensiva en las Cortes Generales, que es donde se libran las batallas políticas. Con esta actitud, deplorable desde mi punto de vista, Rivera hace un flaco favor a las instituciones y al juego democrático en sí pues da alas a la percepción de que cuando las cosas no le van a ir como quiere en las instituciones, se echa a la calle. (Siniestra similitud la que se me viene a la cabeza).
Es responsabilidad política y moral de la Oposición censurar al Gobierno si es que en verdad considera que su acción es «peligrosa» (término usado por Albert Rivera para describir la presidencia de Sánchez). Por sentido de Estado, el líder de la Oposición debe mover ficha pues la situación se ha vuelto insostenible tras la concesión del mediado/relator que da a la Cuestión catalana poco menos que rango de conflicto de descolonización. Además, el momento es el propicio. No faltan voces discordantes en el Partido Socialista y en la bancada del Congreso. El PP debe apelar a la responsabilidad de los diputados socialistas: con que sean cinco los que voten a favor, bastará. El quiebre de la disciplina de voto sería el principio, además, de una nueva rebelión en el PSOE que podría tumbar de nuevo a Sánchez. Pero esta es la historia interna del PSOE. De cara al exterior, apelar a Sus Socialistas Señorías es la forma o de que la moción prospere y se forme un nuevo gobierno o de que el socialismo se retrate. Es una oportunidad para el PSOE de desvincularse del sanchismo o de aferrarse a él hasta las últimas consecuencias.
No voy a extenderme en las razones por las cuales considero que la Oposición debería censurar al Gobierno por que son bien conocidas. Me quiero, por último, centrar en algo más allá del estatismo: lo políticamente conveniente que resulta este momento para el Partido Popular de Pablo Casado. Una moción de censura le puede servir como un perfecto trampolín para aparecer como adalid de la lucha contra la felonía sanchista y al tiempo que asesta un fuerte golpe a sus rivales políticos.
De acuerdo con lo establecido, la censura se basa en la presentación de candidato alternativo a la presidencia del Gobierno (Pablo Casado). Aunque fuera a estar (esperemos) respaldado por Ciudadanos, el peso mediático y político recaería sobre el candidato y su partido. Se trataría de recuperar la táctica que ya usó Felipe González en 1980 cuando trató de censurar al Gobierno de Adolfo Suárez. González sabía que la moción no iba a prosperar pero le sirvió como escaparate electoral y forma de propaganda. Un discurso de moción de censura es la forma que puede tener este nuevo PP de mostrarse a los españoles. Además, de no apoyar Ciudadanos la censura o argumentar que es «una pérdida de tiempo», el PP podría aprovechar para retratar a su rival por el centro: parecía que Ciudadanos clama a los cuatro vientos contra Sánchez pero a la hora de dar la batalla institucional esconde la cabeza. La importancia de la censura radica también en que mantiene la guerra por el poder dentro del marco institucional, reino al que todavía no pertenece Vox, el otro gran competidor del PP. Casado debe aprovechar las ventajas de las que goza en el terreno de juego institucional ya que los 134 escaños heredados de Rajoy, la minoría de Ciudadanos y la inexistencia de Vox son cosas que, según las encuestas, no van a durar mucho. Ha llegado la hora y urge que el centro-derecha no la deje escapar.
Muy atinado tu articulo Alfonso , comparto una gran parte de tus conclusiones . Es momento de ser valientes y honestos.
Enhorabuena por tu Blog.
Abrazo.
Fernando Primo de Rivera Oriol
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Muchas gracias, Fernando. La censura sería la mejor forma de presión. Abrazo.
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