Se ha demostrado contra toda demagogia, contra todo instinto oculto y falto de razonamiento, contra toda «buena sensación», aquello que durante meses se advirtió a los cuatro vientos: que la Derecha acudiera dividida a las generales era un suicidio. Este 28-A se han confirmado, además de eso, tres cosas más: el Partido Popular nunca debió abandonar el centro político de derecha reformista y del siglo XXI en el que se había enmarcado durante el rajoyismo; en los extremos la bolsa de votos es muy estrecha; y el populismo de derechas, que tan valientemente arengaba a sus adeptos anoche en la Plaza de Margaret Thatcher de Madrid, ha entregado el gobierno de España a Pedro Sánchez, el hombre al que ha acusado de traidor, felón y vendepatrias. O Sánchez no era tan malo o Vox es la opción política más nociva que ha existido en nuestra historia reciente. Vox, convencido como estaba por la arenga de unos iluminados videntes de que iba a obtener más de 50 escaños y que el pacto de Andalucía podría reeditarse, ha dinamitado a la Derecha y ha entregado al PSOE en una reluciente y enjoyada bandeja de plata tres tesoros: la Moncloa, la resurrección del PSOE y la cabeza del Partido Popular. Pero lo peor de todo es que estábamos advertidos de antemano de que esto era lo que iba a suceder.
Los de Santiago Abascal cargan con el peso de lo que supondrá un gobierno socialista (con suerte moderado por Ciudadanos) en estos años en los que se avecina una severa recesión. Con 24 escaños, Sr. Abascal, no se impedirá la subida del IRPF al 60% a las rentas superiores a 90.000 euros anuales, ni se derogará el Impuesto de Sucesiones y Donaciones, ni el de Actos Jurídicos Documentados, ni se conseguirá la rebaja del Impuesto de Sociedades… De modo que vamos a dejar de engañar y, mucho más importante, de engañarnos. Vox no tenía voto oculto debido a la estrechez de los extremos del espectro político. Pero los votos que han sido necesarios para que Vox obtuviera esos respetables, pero inservibles en la tarea de preparar a España para la crisis económica que se avecina y territorial que sigue en marcha, 24 escaños han privado a la Derecha en su conjunto de obtener una posición mucho más holgada que sí que hubiera permitido un cambio de gobierno. El gráfico que publica hoy el diario ABC es demoledor en su evidencia: representa los escaños que habría obtenido la Derecha si sus tres partidos hubieran concurrido juntos a las urnas.
El Partido Popular ofreció a Vox ir en una lista conjunta al Congreso de los Diputados en lo que fue un ejercicio de sacrificio y humildad, pues hubiera supuesto el desplazamiento de muchos candidatos populares. Fue rechazada por el empecinamiento de Vox en que iba a obtener una victoria importantísima y en que la propuesta del PP solo se debía al miedo que tenían en Génova al sorpasso. Se ofreció una lista semejante también a Ciudadanos, basándose en el ejemplo (que sí ha resultado exitoso) de Navarra Suma, la coalición entre Ciudadanos, Unión del Pueblo Navarro y el PP. Rechazada también: Rivera estimaba que los ciudadanos decidirían quién presidiría el gobierno, cegado por su impulso de hacerse con el liderazgo de centro-derecha. El voto se ha dividido y el resultado ha sido fatal. El bulo que ha circulado, y que han propagado tanto individuales como medios de comunicación, sobre la estrategia 1+1+1 para votar en el Senado y la división del voto han contribuido a que el PP tenga solo 56 senadores, Ciudadanos solo 2 y Vox ninguno. El PSOE, 121: mayoría absoluta todavía sin contar los senadores por designación autonómica. La brillante estrategia para arrebatar el Senado a la Izquierda ha supuesto un tiro en el pie en toda regla. Puede que hasta en los dos pies, pues si en la Cámara Baja la Derecha estaba coja, en la Alta ha quedado totalmente barrida.
66 escaños es el peor resultado del Partido Popular desde que se conformó como sucesor de Alianza Popular. Ninguna encuesta había vaticinado una caída tan pronunciada. El PP ha sido superado por Ciudadanos en comunidades autónomas como Madrid, feudo histórico, y Andalucía, donde ahora gobierna el PP; los de Albert Rivera han acortado distancias de forma vertiginosa y ahora llega el momento de que los esperanzados nos desengañemos pues el principal objetivo del líder naranja es hacerse con el liderazgo del centro-derecha y por ello es harto improbable que vaya a pactar con Pedro Sánchez. Ayer Rivera ya se autoproclamó líder de la oposición y comenzó a pensar en la más que probable repetición de elecciones en las que esperará dar el sorpasso a un moribundo Pablo Casado. Contrario al sentimiento que pudiera instalarse en muchos, no es el momento de que el PP reabra el problema sucesorio, aunque ya hablan los medios de que la debacle de ayer ha hecho que algunos se froten las manos. Lo cierto es que Casado únicamente lleva diez meses al frente del PP; tanto Aznar como Rajoy perdieron las elecciones en dos ocasiones antes de alzarse con la victoria. El panorama al que se enfrentaba el líder popular era imposible por la división del voto de centro-derecha debido al auge de Vox — todo hay que decirlo, auspiciado por el error de enfoque que se llevó a cabo en Génova 13 desde el mes de agosto.
Reabrir la cuestión sucesoria incluso después de las elecciones autonómicas y municipales del 26 de mayo supondría el harakiri para los populares. En estos momentos de hundimiento es imprescindible que el Partido se mantenga unido entorno al líder, aunque esto no significa que la dirección no deba someterse a una larga legislatura de reflexión. Lo que debe hacer el PP es poner tierra de por medio con el fatídico experimento voxista. Es necesario aislar a Vox y dejar que la incoherencia de su populismo, la evidencia de su inutilidad electoral, reflejada en los 24 escaños en los que ha quedado una formación que aspiraba a ser tercera fuerza, y su irrelevancia parlamentaria en esta legislatura que dominará el PSOE y (con suerte Ciudadanos) lo consuman. Vox acabará retratándose como lo que es: una Esquerra Republicana de derechas y española y, palabra, que los careos parlamentarios entre Gabriel Rufián y Abascal harán que las figuras de ambos se solapen, difuminen y asemejen más de lo que lo hacen ahora. Anoche en las concentraciones de Vox y Esquerra Republicana se escuchaban las mismas proclamas guerracivilistas, dinamitadoras de la concordia constitucional de 1978: «No pasarán», «La Resistencia ha empezado». El «progre» a todo aquel que no piense como Vox y que defienda la utilidad del voto y la moderación se ha consolidado como sinónimo del «fascista» que lanzan los independentistas contra todo aquel que defienda la Constitución y el Estado de Derecho.
El interrogante que queda es Ciudadanos. Por sentido de Estado debería pactar con el PSOE para garantizar un gobierno estable, europeísta y no fiscalmente abrasivo. Así lo ha deseado hasta el presidente del PP Pablo Casado, que anoche declaró que solamente esperaba que Pedro Sánchez pudiera editar un pacto que no pusiera en peligro ni la unidad de España ni la economía. Pero Rivera no parece estar por la labor y se enfrenta a la diatriba imposible del partido de centro: si pacta con el PSOE, aunque sea por el bien de España, dará oxígeno al PP y perderá la oportunidad de consolidarse como líder del centro-derecha; si no, quedará como único responsable político de que Pedro Sánchez entregue el Ministerio de Economía a Pablo Iglesias. Sin embargo, las declaraciones del PSOE hoy sobre el rechazo a conformar un gobierno de coalición con Unidas Podemos puede abrir una ventana. Iglesias va a demandar ministerios pues es su única esperanza de sobrevivir — Podemos tiene que rentabilizar su capacidad de gobierno ante los suyos; no puede volver a aparecer como muleta del PSOE durante otra legislatura. Sus imperiosas demandas pueden hacer encallar las negociaciones y conducir a una repetición electoral como la del año 2016. En esos momentos de bloqueo e incertidumbre, los extremos idealistas pierden adeptos y se refuerza la dolorosamente demostrada teoría del voto útil y concentrado. Conviene una reflexión muy profunda de lo que ha sucedido el 28-A, especialmente sobre lo que ha supuesto la división del voto de la Derecha, pero no la demoremos hasta que llegue el adelanto electoral. La situación de la Derecha a día de hoy tiene un único responsable: Vox. Pedro J. Ramírez comentó ayer con extraordinaria agudeza: «Santiago Abascal puede descorchar mil botellas de champán, pero lo hará en la fiesta de Pedro Sánchez».
Touchè
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