Exigir la abstención

Cercanos a la constitución de las Cortes y al comienzo de una nueva legislatura (la XIII, CII desde las Cortes de Cádiz) se abre una situación paradójica que no deja de tener tintes shakesperianos: el PSOE demanda de PP y Ciudadanos la abstención que les negó en 2016; el PP y Ciudadanos niegan al PSOE la abstención que le demandaban en 2016. Se abre ante nosotros una legislatura incierta en la que, en mi opinión, no queda descartado la repetición electoral si el independentismo no cede ante Pedro Sánchez. Pero de eso nos ocuparemos más adelante. Comencemos por el problema de las abstenciones.

Con las declaraciones del secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, se da a entender que la abstención supone un servicio a España para evitar la ingobernabilidad del país. Sin embargo, la abstención no puede convertirse, como plantea el PSOE, en una forma de entregar el gobierno gratis porque entonces todos los partidos con capacidades de gobernar tensarían la cuerda hasta un extremo con tal de pedir la abstención para que la cuerda no se rompa. No funciona así. Facilitar la investidura no puede salir gratis por respeto a los votantes de las formaciones que se abstienen. Los votantes del Partido Popular (el caso de Ciudadanos es más complicado puesto que parte de su electorado viene del PSOE) no esperan que se facilite una investidura de Pedro Sánchez sin obtener algo a cambio. Si el PSOE aceptara incluir o se comprometiese a desarrollar alguna de las medidas propuestas por el PP, la abstención sería perfectamente legítima pues tendría una razón de ser. En el PSOE han confundido esta situación con la del año 2016. Mariano Rajoy no pidió la abstención gratis; el PSOE se la concedió después de maniobrar para quitarse de en medio a Sánchez por miedo a unas terceras elecciones en las que la debacle socialista sería total. Eso fue a comienzos de la XII Legislatura. Durante la XI Legislatura (enero-junio 2016), el Partido Popular ofreció concesiones a cambio de la abstención o voto positivo del PSOE. Circularon las posibilidades de un gobierno en coalición, como se hace en tantos países europeos, y de un programa de legislatura pero Pedro Sánchez se mantuvo en el famoso «no es no». Ábalos pide ahora la abstención del Partido Popular y de Ciudadanos sin siquiera haber negociado. Puede que lo que quiera el Sr. Ábalos es que se legisle para que, con el fin de evitar un bloqueo, las fuerzas parlamentarias tengan que abstenerse obligatoriamente para dejar gobernar a la más votada en caso de que no haya mayoría absoluta. Es básicamente lo que hay detrás de sus exigencias; un bello epitafio para la democracia parlamentaria.

Cunde la amnesia selectiva entre muchos de nuestros políticos. El PSOE se olvida de varias cosas cuando menciona la abstención. La primera es que, como he dicho antes, no lo hizo por sentido de Estado sino por sentido partidista: primaba el interés de no ir a unas terceras elecciones en las que el resultado pudiera ser catastrófico. La segunda es que el PSOE de hoy en día, el PSOE de Sánchez, es el PSOE del «no es no». La recientemente premiada con la presidencia de las Cortes Meritxell Batet fue, además de partidaria de la autodeterminación en 2013 y del confederalismo en 2015, una de las que rompió la disciplina de voto en 2016 y votó en contra de la investidura de Mariano Rajoy. El candidato a presidir el Senado, Manuel Cruz, también, a lo igual que la ministra de Defensa en funciones Margarita Robles. El Partido de Socialistas de Cataluña (PSC) que Sánchez busca encumbrar y que siempre ha sido su apoyo, fue el principal valedor de la doctrina contra Rajoy. ¿Y el sentido de Estado? ¡Pero qué sentido de Estado! Es un caso, al menos, de justicia poética: el PSOE sanchista se ha cimentado sobre el «no es no», ese lema ha sido su bandera y su escudo, aquel con el que Sánchez se presentó como mejor valedor contra el Partido Popular y con el que obtuvo la victoria sobre los candidatos abstencionistas, Patxi López y Susana Díaz, en el congreso federal de 2017. Si de Pedro Sánchez hubiera dependido, España se hubiera visto en unas terceras elecciones; su partido reaccionó a tiempo y lo impidió pero resulta incomprensible que éste sea el hombre que venga ahora a hablar de abstencionismo por sentido de Estado.

Puede que en esta investidura Sánchez encuentre la horma de su zapato. Es un político muy inteligente que sabe sacar rédito de todas las situaciones por desfavorables que parezcan en un inicio – lo hemos visto recientemente con el veto de los independentistas a Miquel Iceta. Sin embargo, si el independentismo se le rebela quedará vendido a otras formaciones que no le entregarán la abstención de forma gratuita. Sánchez ha ido a lo difícil, que era gobernar con Unidas Podemos y depender de otros partidos, cuando lo lógico hubiera sido apaciguar a Ciudadanos – o por lo menos no contrariarlo – con el fin de lograr su abstención apelando a su esencia como partido de centro en la que aún creen muchos. Es aquí donde hubiera sido determinante la formación de la Mesa del Congreso. Ciudadanos se queja, de forma muy desmemoriada también, de que el PSOE entregue la vicepresidencia primera de la Cámara a Podemos cuando son la cuarta fuerza, olvidando que ellos tuvieron la vicepresidencia primera en tiempos de Rajoy a pesar de tener solo 32 escaños, 37 menos que el grupo siguiente (Podemos). Es lógico que Pedro Sánchez les haya entregado la Mesa del Congreso. Han descartado por completo la opción de una Mesa repartida con el PP, como la de la XI Legislatura en la que Patxi López fue presidente y Celia Villalobos vicepresidenta primera. Repartiendo la Mesa de forma proporcional – entregando al PP la vicepresidencia primera y a Ciudadanos la segunda (o la cuarta con la primera secretaría) – Pedro Sánchez hubiera reforzado su posición y retratado a los otros partidos.

Entregarse de esa forma a Podemos, tratando de paliar las exigencias de ministerios, puede cerrarle a Sánchez más pasos de los que le abre. Ir con Podemos significa ir con el independentismo, ya que es la única fórmula posible. Pero hay que tener en cuenta las fuerzas profundas con las que viene el independentismo en esta XIII Legislatura: forma grupo parlamentario con EH-Bildu, ya se cedió, en la anterior legislatura, todo lo que podía cederse sin precipitar una crisis de Estado, los presos independentistas cuentan con acta en las Cortes y, lo más importante, se aproxima el momento de la sentencia del juicio y con ella la convocatoria de unas elecciones autonómicas en Cataluña en las que Esquerra Republicana y el PSC compiten por el mismo electorado. Su comportamiento no va a ser tan predecible como antes y puede que a Sánchez le hubiera interesado más el no quemar todos los puentes con la oposición constitucionalista que es lo que va camino de hacer con sus movimientos y sus exigencias.

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