Bipartidismo de fondo

Aún se respira la jornada electoral (intensísima) en el ambiente y en Europa continúa el recuento de votos para el Parlamento Europeo. En España termina, en principio, esta larga campaña de diez meses que comenzó tras la moción de censura contra Mariano Rajoy. Ayer se acabó de configurar la mayoría del poder territorial que nos acompañará durante los próximos cuatro años. Las conclusiones son evidentes. El Partido Socialista continúa siendo la primera fuerza en toda España debido a la tóxica división de la Derecha y al empuje que Pedro Sánchez le ha dado a su partido desde las instituciones. El experimento de Unidas Podemos con sus confluencias territoriales, que otrora parecía ser el modelo con el que se conseguirían las capitales y las comunidades autónomas, ha fracasado estrepitosamente. Ciudadanos se ha consolidado como lo era, un partido de centro que puede ser muleta y bisagra del partido la socialdemocracia y del liberal-conservadurismo. Su odisea para convertirse en el nuevo líder del centro-derecha y de la Oposición a nivel nacional se ha desvanecido: el sorpasso al Partido Popular que se dio durante las elecciones generales en lugares como Madrid y Andalucía no se ha materializado esta vez. El PP (y Pablo Casado) sale reforzado de los comicios municipales y autonómicos después del terrible testarazo del 28-A, ya que podrá reeditar y recuperar gobiernos por todo el país. El espejo de todos estos cambios ha sido la Comunidad de Madrid, donde se ha reflejado que a pesar de la fragmentación el bipartidismo continúa siendo la fuerza pujante en el sistema político español. Se le dio por muerto en 2015; cuatro años después sigue sin ser desbancado.

La Comunidad de Madrid ha sido una perfecta imitación de lo acaecido en Andalucía el pasado diciembre. (Vox incluso ha sacado el mismo número de escaños). A pesar de ser el PSOE la fuerza más votada (37 escaños, los mismos que en 2015) se podrá reeditar un pacto de coalición entre PP (30) y Ciudadanos (26) que haga presidenta a Isabel Díaz Ayuso y vicepresidente a Ignacio Aguado, y otro pacto de investidura con Vox (12). El descalabro de la izquierda radical, dividida entre la plataforma de Íñigo Errejón, Más Madrid, y Unidas Podemos, ha pasado factura al PSOE. El coqueteo con la izquierda radical ha cerrado al PSOE las vías de pacto por el centro y lo hace un partido difícil de tragar para los liberales. Podría haberse conformado una coalición entre el PSOE y Ciudadanos para gobernar la Comunidad de Madrid y otros muchos territorios pero el socialismo de Pedro Sánchez no puede liberarse de la marca maldita del independentismo y la izquierda radical. Ese error estratégico que viene produciéndose desde el momento mismo de la moción de censura, le pasará factura a Sánchez en estos momentos en los que solo en los lugares donde sume con la izquierda radical podrá gobernar el PSOE. Aragón, Castilla y León, Madrid y Andalucía lo demuestran. El sanchismo se ha puesto en contra a Ciudadanos que, después de estas elecciones, es evidente que queda supeditado al Partido Popular. Los conservadores se beneficiarán de su apoyo, reduciéndolos a las vicepresidencias de los gobiernos, sin haber sido superados por ellos en ningún territorio. Esta excesiva polarización política a la que se ha llegado con el Gobierno de Sánchez ha beneficiado al socialismo en el plano general y al conservadurismo en el territorial. La necesidad de expulsar a la izquierda de las instituciones se ha vuelto tan imperiosa durante estos meses en el ethos de la Derecha española, que tanto Ciudadanos como Vox quedan maniatados a la voluntad del principal partido de ese lado del espectro: el PP. La alianza de bloques está garantizada pues si en algún territorio la Derecha no se hace con el gobierno por culpa de la reticencia de Vox o de Ciudadanos, el aparato del PP se encargará de señalarlos implacablemente ante el electorado.

El único lugar que debemos examinar con lupa durante las próximas semanas es Castilla y León donde Ciudadanos (13 procuradores) tiene la llave para que se forme un gobierno del PSOE (35) o del PP (29). El líder del Ciudadanos en Castilla y León siempre se ha mostrado más partidario de entregar el gobierno al socialismo siguiendo la doctrina andaluza: el PP lleva demasiado tiempo gobernando la comunidad y la hora del cambio ha llegado. La cuestión radica en si a nivel nacional se permitirá que Francisco Igea se entregue al socialismo. Comprometería a Albert Rivera que ya dijo que jamás pactaría con el PSOE sanchista y alejaría todavía más a Ciudadanos de su camino para conseguir el liderazgo de la Derecha liberal. Además, en Castilla y León el centro-derecha podría gobernar sin necesidad del incómodo apoyo de Vox. Lo más probable es que se imponga el criterio nacional y que la vieja Castilla continúe gobernada por el Partido Popular.

No obstante, a pesar de que el PP vaya a poder gobernar feudos y alcaldías importantes, no puede obviarse el hecho de la severa debacle del 28-A y del 26-M, donde en ninguna comunidad autónoma, ni siquiera en las históricas, ha sido la primera fuerza. La división de la Derecha ha sido mortal, como vimos en las elecciones generales. Pero no todo se puede achacar al problema estructural del espectro político. Ahora que las aguas electorales se serenan, el PP debe reconstituirse. Si bien el liderazgo de Pablo Casado sale reforzado de estos comicios, no quita para que se le exima de responsabilidades por los errores pasados. Se disipan las posibilidades de una sucesión acelerada y de un congreso extraordinario pero los cambios son necesarios. Se tienen que utilizar los gobiernos autonómicos y municipales de ejemplo de gestión del nuevo PP al tiempo que se continúa en el progresivo abandono de las posiciones más ideológicas en favor de las más pragmáticas. Puede incluso que Sánchez emprenda el famoso «viaje al centro» ya que tras el descalabro electoral de Podemos este 26-M la fuerza con la que los ultraizquierdistas iban a exigirle ministerios a Sánchez decae.

Se avecina una legislatura nacional complicada en la que de seguro tendrán que darse situaciones de acuerdo entre los dos grandes partidos. A pesar de la aversión a la política de Sánchez, el PP no puede permitirse (y ciertamente no lo ha hecho) perder la institucionalidad de las relaciones entre Oposición y Gobierno que son, en el fondo, lo que hacen a la Oposición Oposición. Rivera piensa que ser el líder de la Oposición es ser el que más se enfrente a Sánchez y seguro que comparte ese planteamiento con Santiago Abascal. Pablo Casado debe mantenerse firme frente al socialismo al tiempo que continúa con una mano tendida al Gobierno para asuntos de Estado. El PP tiene que conseguir que el PSOE le devuelva el liderazgo de la Derecha pragmática, liberal y de gobierno. Eso solo se conseguirá siendo el socio preferencial del Gobierno en la Oposición. Mientras Rivera ahonda en su enfrentamiento y animadversión personales con Sánchez, el PP debe aprovecharse de ser la otra cara de la moneda española ya que será quien ostente (junto al PSOE) el poder territorial. A pesar de la división de los espectros y de la aparición de bloques, el bipartidismo entre PP y PSOE continúa latente. Las fuerzas que venían a reemplazarlos se han quedado en un espejismo. Se ha visto claramente que el PP no es un partido efímero, como sí que lo serán otros cuando el devenir de la legislatura los impulse a la irrelevancia. El PP no es ni «una pompa de jabón ni un fuego artificial»; lo cierto es que estuvo muy acertado Pablo Casado con esas palabras anoche frente a Génova 13.

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