Hibris

Si hay algo que une a detractores y partidarios de Mariano Rajoy es el convencimiento de que, más allá de su gestión, es el mejor expresidente del Gobierno de la democracia: retornó a su profesión de registrador de la propiedad, se apartó de la vida pública y dejó de «enredar». El expresidente Rajoy es un jarrón chino (expresión que usó Felipe González para referirse a los expresidentes) que en vez de quedarse estorbando decidió marcharse a un trastero, cosa que le honra. Rajoy era un personaje sin lo que la literatura clásica griega presentó como «hibris» o «hybris», el orgullo desmedido mandado por los dioses a los mortales para enloquecerlos. La hibris fue lo que se llevó por delante a Aquiles, Orestes, Atalanta, Ícaro entre otros. Rajoy no tenía hibris; es más, a veces daba la impresión de que era presidente del Gobierno reaciamente — igual que Antonio Maura, curiosamente.

La política española de hoy, dominada por un ir y venir de acuerdos, secretos, pactos y negociaciones estancas, está plagada de hibris. Pedro Sánchez es un ejemplo perfecto: su hibris, sin embargo, ha sido su perseverancia ya que ha sido la ambición desmesurada de convertirse en presidente del Gobierno a cualquier precio lo que al final le ha llevado a serlo. Pablo Iglesias es el personaje de tragedia griega que se acerca irremediablemente a su aciago final: a él la hibris mandada por los dioses ya lo ha destruido. Pensó que cortando las cabezas de todo aquel que se le opusiera iba a obtener el dominio absoluto; sin duda, el dominio absoluto sobre un reino de ruinas, que es en lo que se ha convertido Podemos. Pablo Casado es si acaso el que menos hibris tiene de los líderes políticos, principalmente por la cura de humildad sufrida el 28-A y sin embargo aún considera que su proceder es el correcto porque aun perdiendo ha conservado Madrid y salvado el sorpasso de Ciudadanos. Veremos si ese convencimiento no acaba con él. Pero sin duda el Ícaro, Heracles o Aquiles de nuestra vida pública —y no se entienda como un elogio a sus virtudes sino como una crítica a su ambición y orgullo urticantes— es Albert Rivera que, contra todo pronóstico de este escritor, ha superado a Pedro Sánchez como narcisista y a Pablo Iglesias como megalómano.

Si para Casado el batacazo ha sido bajar de 134 a 66 escaños, para Rivera ha sido el crecer en escaños pero no superar al Partido Popular ni aún en su crisis más profunda. Rivera —que no Ciudadanos— sufre de un profundo shock postraumático: él verdaderamente pensaba que el PP se descompondría y que Ciudadanos se convertiría en el nuevo partido hegemónico del centroderecha. Por eso repite a todo el que quiera oírlo que él es el líder de la oposición, título que se autoconfiere basándose en el dudoso motivo de ser «el que más crece» a pesar de haber quedado tercero. La ambición desmedida por reemplazar al PP, además, priva a Ciudadanos se su utilidad política: no puede prestar ningún servicio a los españoles girando hacia la Derecha. Lo cierto es que el líder naranja hace tiempo que no piensa en prestar un servicio al Estado. Al adalid del centrismo, que se proclamaba heredero de Adolfo Suárez, que despreciaba los monopolios del bipartidismo, que venía a sumar, no a restar, a la política española; lo ciega su interés personal.

Si Rivera tuviera altura de miras y sentido de Estado dejaría su batalla personal por liderar la Derecha y ofrecería a Sánchez una abstención o un gobierno en coalición para evitar no ya que pacte con el independentismo sino con Podemos, un partido cuya rápida descomposición exacerba su extremismo y sus ansias de poder. Rivera rechaza el ethos con el que nació Ciudadanos: que los grandes partidos tuvieran que pactar con un partido liberal a fin de evitar concesiones a los nacionalistas. Un partido liberal, al menos en un espectro tan bipolar como el español, tiene que tener una vocación de «bisagra», a pesar de lo denostado que esté ese término ahora. Rivera debía haber defendido los valores de un liberalismo capaz de encontrar un acuerdo con socialistas y conservadores para evitar que el nacionalismo obtuviera privilegios. Ha dejado que su ofendido orgullo al ser llamado «veleta naranja» condujera su política y lo que demuestra su poco sentido de Estado.

El interés personal de Rivera se ve el precio que está dispuesto a pagar por desbancar al PP: entregar el gobierno a una coalición socialista-podemita. Es en verdad descarada y desvergonzada su actitud pues ni siquiera hace por esconder sus intenciones. Su espejo ha sido Navarra. Allí, Rivera demanda que el Partido Socialista se abstenga para permitir un gobierno de Navarra Suma (la coalición conservadora que engloba a Unión del Pueblo Navarro, PP y Ciudadanos) y que no venda Navarra al separatismo vasco mediante un pacto con Geroa Bai, Podemos, Izquierda Unida y Bildu. Pero en el plano nacional, Rivera le mete prisa a Sánchez para que gobierne con Podemos, los independentistas y Bildu. Esa coalición del horror es lo que persigue Rivera porque él se ha instalado en el «cuanto peor, mejor para mí» que Rajoy le dijo hace tiempo a Pablo Iglesias. Cuanto más turbio sea el gobierno del PSOE, sin importar las consecuencias que la acción de dicho gobierno pueda tener en la sociedad, mejor. Cuanto más se le pueda criticar más se apuntalará la posición de Rivera como líder de la oposición. Y qué se va a poder criticar más que un gobierno de socialistas, podemitas e independentistas.

Es una postura verdaderamente indigna de un político liberal. La doble vara de medir de Rivera lo acerca, una vez más, a los movimientos populistas de los que Ciudadanos me temo que no se diferencia. Porque promover el mal del país (PSOE gobernando con Podemos e independentistas) para extraer un beneficio personal solo puede definirse como populista. Rivera ha invitado a Sánchez a pactar con lo que él mismo considera la quintaesencia del mal y los enemigos de España cuando tiene los suficientes escaños para impedirlo: simplemente no modera al PSOE porque le conviene que el PSOE aparezca como fuerza radical. Rivera ha, definitivamente, perdido su rumbo como liberal y su posición centrista para dar paso a un personalismo completamente ajeno al bien común. Ciudadanos se ha convertido en el partido riverista de igual manera que ya no existe un socialismo fuera del sanchismo. Pero, aviso a navegantes: los partidos nuevos necesitan de cierta flexibilidad porque al carecer de estructuras duras y de historia tienden a fragmentarse con facilidad. Las direcciones del PP y el PSOE pueden imponer la doctrina que gusten: habrá dos o tres que, enojados con la cúpula, cambiarán de partido pero nunca se romperá el partido en dos. Pero con los partidos jóvenes es distinto. Se ha visto que en cuanto la dirección de Podemos devino en zarista, el partido se rompió (Más Madrid, disolución de las confluencias, Adelante Andalucía…) En Ciudadanos ha comenzado a darse una división entre conservadores (partidarios de suplantar al PP) y social liberales (partidarios del ethos liberal del partido) que recuerda a la partición de la UCD. No sería de extrañar que igual que el zarismo de Iglesias rompió Podemos, el narcisismo y la hibris de un Rivera insatisfecho e idealista destruya Ciudadanos.

3 comentarios sobre “Hibris

  1. Hola Alfonso, gracias por este artículo que como siempre está escrito con elegancia y estilo. Es un placer leerlo y ver cómo creces como analista, si bien he de reconocer que en esta ocasión no comparto la tesis principal.
    Sí me parece apropiado comentar que sin duda hubo cosas buenas durante el gobierno de Rajoy (aunque no podemos negar que también las hubo malas…) pero no pienso que su humildad precisamente o su falta de orgullo sea una de ellas, para mí el mejor ejemplo fue el día de la moción de censura. En lugar de optar por una decisión desinteresada, Rajoy demostró que España no estaba por encima de él, en el fondo lo que le perdió a él y a su partido y ha supuesto la entrada de Vox en el Congreso fue su actitud. Si hubiera respondido a Sánchez cuando le dijo que si él dimitía retiraría la moción y hubiera afrontado el desafío aceptando a dimitir diciendo ‘España está por encima de usted y de mí, señor Sánchez y se merece un presidente que llegue al poder por la vía correcta y si mi país require mi dimisión, la tendrá y por eso delego en Soraya Sáenz de Santa María’ probablemente los diputados se habrían quedado mudos y boquiabiertos, viendo a un presidente siendo grande en la derrota, admitiendo sus errores y siendo honesto consigo mismo y los suyos. De haber sido así, probablemente el PSOE jamás hubiera ganado estas elecciones. ¿Qué vieron los españoles en vez de esto? Un presidente que se quedó cuatro horas en un bar viendo por televisión cómo Sánchez dos calles más atrás le quitaba el puesto mientras él no hacía nada. Lo que veo en esta reacción es una incongruencia entre la teoría y la práctica. Si Sánchez es en verdad tan malo para España como decía el PP jamás hubieran permitido que pasara lo que pasó. Y lo permitieron. A Rajoy le venció en el fondo su orgullo y su cabezonería gallega…
    Respecto a Rivera, estoy de acuerdo en que Cs se encuentra en un momento delicado, probablemente el más delicado desde su fundación, pero a mi juicio esto es el síntoma de la crisis del liberalismo que (tristemente) estamos viviendo actualmente. Treinta años después de estar convencidos de que habíamos llegado al ‘final de la historia’, la democracia liberal se ve amenazada por extremistas y radicales por todos los campos. La gente no es lo suficientemente flexible como para aceptar el liberalismo. Hemos visto cómo Farage quedaba primero y cómo las opciones de la alcaldía de Barcelona donde Cs debería haber ganado se dividen entre un partidario de un discurso xenófobo y violento o Ada (madrina) Colau… Sin embargo, como decía hace poco Yuval Noah Harari, el liberalismo es camaleónico y por ello mismo puede volver a ser una ideología dominante. Lo que quiero decir con esto es que la gente que votó a Cs no lo hizo para investir a Sánchez. Tras la moción de censura, Cs se centró en atacarle por sus vínculos con los independentistas. Si Cs pacta con él, el partido se verá muy afectado, sería una traición a los españoles que le brindaron su confianza. Por ello Rivera está en una encrucijada. En realidad su posición es circular: Sánchez pacta con independentistas y por eso no le apoyamos y no le apoyamos porque tememos que pacte con independentistas. No le están dejando no pactar con independentistas. ¿Es esta actitud un poco hipócrita en Cs? Sí, probablemente. Su estrategia consiste en condicionarle para que esta vez lo tenga que hacer abiertamente y dejarlo por escrito (cosa de la que se salvó el año pasado). Sánchez es alguien que sabe jugar sus cartas; es consciente de que si pacta con independentistas Cs crecerá exponencialmente porque ya no tendrá excusas. Y Cs sabe que si consigue obligarle a pactar con independentistas, ellos se verán muy beneficiados, aunque esto requiera cierto distanciamiento con el PSOE precisamente porque es la razón por la que les votaron los españoles. Luego, ¿reposa Cs en cierto hubris? Hasta cierto punto sí, porque saldrían ganado a largo plazo, pero solo de esa manera pueden pretender hacer justicia a los resultados electorales y representar al pueblo español. Así que Rivera está siendo menos desinteresado de lo que parece a primera vista.
    Otra posible línea de análisis sería de índole moral. ¿Es éticamente deseable ser totalmente desinteresado en un sentido kantiano? Hay buenos argumentos (que no tengo tiempo de desarrollar) para responder que no e incluso para sugerir que es simplemente imposible.

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