Hay varias razones por las que opino que Boris Johnson es un personaje mucho más volátil y peligroso que Donald Trump. La primera es que el sistema americano de checks and balances tiene un poder definido en la Carta Magna e incuestionable: Trump podrá retorcerlo pero nunca quebrarlo. En el Reino Unido, donde los poderes del Estado provienen de una constitución no escrita basada en un compendio de leyes y costumbres, la democracia está sujeta a un perfecto equilibrio entre poderes no teniendo uno (el Legislativo) el poder de contrarréplica que pudiera tener en el sistema americano. Debe de haber pues un respeto entre ambos, un respeto que el actual primer ministro Boris Johnson no está dispuesto a ofrecer. La segunda razón por la que Johnson debe preocuparnos, de momento, más que Trump es que el presidente americano, a pesar de dirigir la potencia hegemónica de nuestro sistema internacional, no tiene entre manos la decisión del asunto más peliagudo y delicado de nuestro tiempo: el brexit. Los «grey areas» de la constitución inglesa y el hecho de que Johnson tenga el dedo puesto sobre un gatillo nuclear políticamente hablando, hacen del premier británico el ojo del huracán.
Hay una guerra abierta entre el Legislativo y el Ejecutivo británicos. Pareció que la iba a saldarse con una fugaz victoria de Johnson, cuando éste forzó a la reina a suspender el Parlamento del 10 de septiembre al 14 de octubre para reducir el margen de maniobra de la Cámara para evitar el hard brexit. Sin embargo, las tornas han cambiado y ha sido el Parlamento quien le ha ganado la batalla al Ejecutivo aprobando una ley que impide el brexit sin acuerdo. Han sido decisivos los votos de los conservadores rebeldes y del diputado tory que cruzó de bancada — como ya hicieran Palmerston, Peel, Churchill…— y se sentó junto a los Liberales Demócratas (los herederos de los Whigs). La Oposición en su conjunto ha conseguido frenar los planes del primer ministro para forzar, por falta de tiempo, el brexit sin acuerdo que tanto gusta a la derecha nacionalista británica y a la trumpista. Sin embargo, y abusando de la maneada expresión, se ha ganado una batalla pero no la guerra y en largo plazo Boris Johnson tiene las de ganar.
El principal problema del Reino Unido es el de nuestros tiempos —el de nuestro Zeitgeist hegeliano—: la polarización. No hay una tercera vía que pueda salvar al Reino Unido de la debacle. La diputada conservadora Justine Greening, ministra de Educación en el gobierno de Theresa May, declaró en una tribuna en The Times que abandonaría su puesto de parlamentaria debido al bloqueo en el que estaba sumida la política por «job-destroying Johnson» y «Marxist Corbyn». Greening, que es una de las diputadas conservadoras rebeldes expulsadas del Partido por votar en contra de Johnson, refleja el pensamiento hastiado de muchos: no hay una alternativa pues al otro lado de la bancada de los Comunes se sienta Jeremy Corbyn, un personaje completamente inelegible para el cargo de primer ministro. Nunca había padecido el Partido Laborista a un líder semejante.
Si Tony Blair logró sacar al laborismo del berrinche sindicalista en el que había estado consumiéndose durante los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher y John Major e instalarlo a la vanguardia de los partidos liberales mundiales, Corbyn lo ha devuelto a los años 70 y acentuado un perfil pseudocomunista que hará revolverse a Ramsay McDonald (primer premier laborista en su tumba). Corbyn y su equipo no son socialdemócratas, ni siquiera socialistas, a los que se pueda confiar el gobierno de una potencia como el Reino Unido ni el poder de decisión sobre la cuestión nuclear de nuestro tiempo (el brexit). Corbyn proviene del mundo sindicalista y su política económica no es la más adecuada para seducir a las empresas que tiemblan de miedo ante un divorcio Reino Unido-Unión Europea sin acuerdo. Defiende abiertamente la retirada del Reino Unido de la Alianza Atlántica y es un defensor del socialismo del siglo XXI que ponen en práctica los gobiernos sátrapas de Venezuela, Cuba y Bolivia. Corbyn no aglutina en torno a su persona ni la capacidad ni la moderación necesarias para convertirse en el líder de un gobierno de concentración conformado por laboristas, liberales y conservadores desterrados que conduzca al país a la salida del laberinto.
No existe una alternativa al populismo nocivo de Johnson, quien no deja de crecer en las encuestas. De cara a unas elecciones generales, Johnson obtendría cerca del 37 por ciento de los votos, mientras que Corbyn quedaría con el 23. En un momento de crisis constitucional en el que el Líder de la Muy Leal Oposición debería proponerse ultimar los planes para derrocar al desgobierno, Corbyn se dedica a alentar a al extrema izquierda en la calle contra el «golpe de Estado» (nada más lejos de la realidad) protagonizado por los conservadores. Esa es la opción: o el brexit nacionalista y desbocado o la entrega de poder al bolcheviquismo corbynista. Esta última no es elegible para los tories rebeldes ni para los liberales. Sus votos, que representan el centro político de derecha y de izquierda, son los decisivos pues son los que están templando la situación. Pero, al igual que la Sra. Greening, el destino de estos moderados está fuera de la política pues no tienen lugar entre el matonismo político del líder conservador y el marxismo rábido del laborista.
El abandono de Greening y de otros moderados como Philip Hammond, que fuera canciller de Hacienda con May, condena a un ahondamiento de la polarización: en la política se quedan los extremistas. Estos 21 tories «rebeldes» encarnan un sentido de responsabilidad que sin embargo está abocado a quedarse huérfano. De los tories solo uno, Philip Lee, ha pasado a engrosar las filas de los liberales; el resto se ha quedado con el vago estatus de «independientes». No tienen la fuerza suficiente para imponerse a sus colegas tories y en unas elecciones generales el Partido Conservador no les permitiría presentarse con sus siglas de modo que es difícil que regresen a la política a cambiar la derecha. Y, como hemos dicho, no hay posibilidad de que Corbyn lidere un ejecutivo de concentración. Esta situación solo tiene un ganador en el largo plazo: Boris Johnson. Lo más probable es que el premier se lance a la convocatoria electoral en la que se verá reforzado no porque vaya a obtener una mayoría absoluta sino porque se librará de tener en los Comunes a un grupo de diputados rebeldes que recuerdan la fractura que hay dentro del conservadurismo y dificultan sus planes de brexit sin acuerdo.
Muy interesante, querido Alfonso, y muy bien discurrido.
Te aliento a que nos mantengas bien informados en estos días hasta que se aclare algo el panorama en Gran Bretaña.
¿Habrá a tu juicio Brexit duro o finalmente será la propia Unión Europea la que facilite una salida menos traumática?
Mil gracias y un abrazo.
IGNACIO
Ignacio Camuñas
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Muchas gracias por tu comentario, Ignacio.
Creo que estamos abocados a un choque de trenes. No creo que la Unión vaya a cambiar su postura por no hendir su propia posición como negociadora ni sentar el precedente de que cede ante la presión de un gobierno populista como el de Johnson. Luego el brexit duro llegará aunque puede que a mediados del año que viene, ya que en mi opinión la Unión concederá una nueva prórroga a finales de octubre.
Un fuerte abrazo,
Alfonso
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