Sr. Rivera, sus liberales llegan tarde y mal

Hoy Albert Rivera, líder de Ciudadanos y autoproclamado espadón del constitucionalismo contra el sanchismo, proponía al Partido Popular una abstención conjunta para que Pedro Sánchez fuera presidente a cambio de tres condiciones —Navarra, el 155 y política fiscal. Parecería que las tesis de repetición electoral (que desde De Historia, Política y perros llevamos sosteniendo desde el 28 de abril) se iban a desvanecer. Lo que Sánchez llevaba tiempo buscando —una abstención o apoyo de los partidos de centro para no depender de los independentistas ni de un Podemos en descomposición — por fin al alcance de la mano. Sin embargo, las elecciones del 10 de noviembre son ya una realidad. Rivera se ha dado cuenta de que una repetición electoral le perjudicará en favor del PP, que volverá a agrupar parte del voto fugado, pues es uno de los principales responsables de que no haya gobierno. El veto a Sánchez que lleva manteniendo desde antes de las elecciones de abril no podrá deshacerse la semana antes de la disolución automática de las Cortes. Y el quid de la cuestión vuelve a ser Navarra.

Si Sánchez esperaba una abstención (durante la XIII Legislatura, por lo menos) por parte de los grupos de la Derecha, ésta desapareció el día que le dio carta blanca a María Chivite, líder del Partido Socialista de Navarra, para buscar su investidura en la comunidad foral del apoyo de Geroa Bai, Podemos, Izquierda Unida y EH-Bildu. El 6 de agosto, cuando Chivite fue investida gracias a la abstención de Bildu, la vía que hoy propone Rivera se cerró. En vez de conformar un gobierno de coalición con el liberal-conservadurismo de Navarra Suma, el PSOE optó por las tesis nacionalistas que ansían ver a Navarra anexionada al País Vasco. Pedro Sánchez lo consintió. María Chivite siempre fue de las sanchistas más acérrimas; no es, para nada, una «baronesa» díscola que escape al control del secretario general a nivel nacional. El gobierno foral hoy lo compone una coalición izquierdista y nacionalista en la que personajes en el pasado vinculados a Bildu ocupan cargos preeminentes — como la Consejería de Justicia. Ciudadanos — más bien Rivera — que hoy a mediodía sufrió un arrebato de estatismo plantea que se «recupere Navarra para España», es decir, que Chivite entregue el gobierno a Navarra Suma.

Sin entrar en lo que sería más beneficioso para el país (que sin duda sería un gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos), analicemos por qué la propuesta de Rivera no va a salir adelante y no desvía el rumbo trazado para que el 10 de noviembre nos encontremos frente a las urnas.

Poner como condición sine qua non que se deshaga el gobierno nacionalista de Navarra y se conforme un gobierno constitucionalista, ya adelanta la contestación del PSOE. Pedro Sánchez no puede admitir, forzando a Chivite a dimitir, que el gobierno de Navarra presidido por su colega socialista estaba vendido al nacionalismo vasco y que era rehén de la formación heredera de Herri Batasuna. Sería comenzar a gobernar pegándose un tiro en el pie. El talón de Aquiles del sanchismo ha sido siempre su romance con el nacionalismo sectario; de aceptar la condición de la Derecha, estaría asumiendo dicha tesis como propia. Es por ello que el día 6 de agosto, cuando se perdió Navarra, era la fecha límite. Antes de que se constituyera gobierno en la comunidad foral, Ciudadanos podía perfectamente haber puesto como condición a la investidura de Sánchez que el PSN pactara un gobierno de coalición con Navarra Suma o se abstuviera para dejarla gobernar. Pero una vez consumado el gobierno izquierdista-nacionalista no se puede dar marcha atrás puesto que supondría no una rectificación si no una pena de purgatorio para el PSOE, que admitiría haber entregado Navarra al nacionalismo vasco y a Bildu.

Es completamente ilusorio pensar que Sánchez se va a echar atrás en la cuestión navarra. El PSOE y el gobierno en funciones se enrocarán en la posición de que la abstención de Bildu no fue pactada, de que el Artículo 155 se aplicará en Cataluña llegado el caso porque el gobierno «cumple y hará cumplir la ley», y de que la política fiscal que tiene preparada la ministra de Hacienda no dañará a las clases medias. Mientras se mantenga la retórica, la guerra del relato puede continuar y el PSOE bien puede ganarla, como lleva haciendo todo el verano. Cosa bien distinta sería que rectificara de su error navarro, pues la limpieza de la falta implica la existencia del pecado. Sánchez le dirá a Rivera que se abstenga porque ya tiene todos los motivos para abstenerse —motivos que, como es evidente, a Rivera no le valen—.

De nuevo el líder de la formación naranja demuestra tener una anonadante estrechez de miras políticas. ¿Por qué no propuso esta fórmula de abstención conjunta a cambio de condiciones antes de que el PSOE cruzara el puente del nacionalismo? ¿Por qué no hizo está misma propuesta en julio? La razón es sencilla: porque estaba convencido de que Sánchez iba a pactar un gobierno de coalición con Podemos apoyado por el independentismo. Aquella solución de desgobierno sí que interesaba a Ciudadanos, pues se daría una situación de caos económico, social y territorial en la que poder medirse con el PP y competir por el liderazgo de la Oposición de cara a las elecciones siguientes. Sin embargo, el gobierno de la quintaesencia del mal no se ha forjado: Pedro Sánchez ha maniobrado astutamente para que no saliese adelante y la ambición y torpeza política de Pablo Iglesias le han ayudado. La repetición electoral que otorgará al PSOE un número mayor de votantes (entre 130-135 escaños pronostican las encuestas) ya es un hecho y a Sánchez le interesa que se consume pues en la siguiente legislatura (la XIV) el que se abstendrá será el PP, por responsabilidad como ya hiciera el PSOE en 2016. Rivera ve que tras el 10 de noviembre lo más probable es que se encuentre con una fuerza parlamentaria diezmada y con demandas de dimisión por haberse encerrado en sí mismo y su ambición de superar al PP: se negó a la coalición con el PSOE, a la abstención y a la fórmula de España Suma con los conservadores. El líder «liberal» ha torpemente propuesto esta solución de la abstención conjunta para no acudir a las elecciones con el peso de ser uno de los responsables del bloqueo político.

Ahora bien, su propuesta sí que despierta una encrucijada interesante para el PSOE pues quedará puesto en un brete por la cuestión navarra. La negativa de Sánchez a tumbar a Chivite —por no admitir que la dejó entregarle Navarra al nacionalismo— puede retratarlo de la misma forma que manteniéndola. Puede que ésta sea la manera de Ciudadanos de asistir a la campaña electoral con el argumento de que Sánchez tenía la investidura pero no la quiso porque prefería seguir viendo a Bildu en la comunidad foral, y tratar de frenar así la fuga de votos hacia el Partido Popular. Su postura de hoy es plenamente electoralista porque, de ser sincera, la hubiera propuesto antes de que Chivite fuera investida presidenta. Rivera está entrando, a mi juicio, en un torbellino de contradicciones y bandazos demasiado evidentes, que delatan un nerviosismo dentro de su círculo de confianza. No hemos de olvidarnos que Ciudadanos tiene una crisis abierta por su propia raison d’être como partido de centro liberal y que el liderazgo de Rivera puede estar en peligro si su estrategia de ser alternativa al PP no surte efecto.

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