He dicho en multitud de ocasiones que este blog se caracteriza por su comunión con el realismo político tal y como lo entendían Morgenthau y Mearsheimer (los intereses del poder como conductores del movimiento político y diplomático). Por eso tiendo a tomar como credo el pragmatismo de personajes como Lord Palmerston y frases como esa de Oscar Wilde que aseguraba que la consistencia es el último refugio de los idiotas. Sin embargo, lo que Pedro Sánchez ha llevado a cabo desdiciéndose y enmendándose no forma parte de la tradición del pragmatismo realista, principalmente porque sus motivos tienen que ver con su interés personal y no con el bien común. Los «intereses nacionales», que son los únicos que justifican el cambio de posición, brillan por su ausencia en la ecuación que Pedro Sánchez tiene en su cabeza. El sabe que un gobierno de coalición con Unidas Podemos necesitado de Esquerra Republicana y E-H Bildu no es favorable a los intereses nacionales. No estamos ante un presidente de trayectoria errada que genuinamente considere que está haciendo lo mejor para su país, sino ante un ser ambicioso que simplemente desea atornillarse al poder. Y la prueba es que acepta como válida una opción que él mismo clasificó de perniciosa simplemente porque le beneficia. El ejercicio del poder por el poder; la transformación del poder en el fin en vez de en el medio; esa es la filosofía de Sánchez. La Historia está repleta de malos augurios para los que siguen ese camino. Me atrevo a vaticinar que este viraje ha roto el casco de la nave: nos encontramos en el principio del fin del «momento Sánchez». Las preguntas que surgen a partir de aquí son: ¿cuánto durará el hundimiento?, y ¿qué debe hacer el Partido Popular mientras tanto?
El naufragio del sanchismo como corriente ideológica en el PSOE comienza aquí. Y sin embargo hemos de ser muy cautelosos porque no va a ser un hundimiento acelerado. Todo lo contrario, se prolongará durante esta Legislatura. Aunque el desgaste del doble (¿triple, cuádruple, quíntuple…?) discurso de Sánchez y de la negociación (indispensable) con ERC y E-H Bildu esté asegurado, el PSOE es un partido en el que las cosas andan más despacio por la falta de potencia de las fuerzas telúricas. Todos los socialdemocrátas (Felipe González, Joaquín Leguina, Juan Carlos Rodríguez Ibarra…) que se han opuesto al pacto de Sánchez con la extrema izquierda carecen de peso en el PSOE. Su influencia ha sido recortada desde que Sánchez recuperó la secretaría general en 2017 tras esa operación ave fénix orquestada por Iván Redondo. Los famosos «barones» que lo derrocaron en 2016, hoy callan. Susana Díaz, la primera: todo su poder en Andalucía ha sido destruido, reemplazados sus afines con súbditos de Sánchez. Guillermo Fernández-Vara se mantiene en silencio, igual que Javier Lambán y Emiliano García-Page — estos dos últimos no han alzado la voz contra Podemos (Lambán porque depende de ellos en Aragón y Page porque ya los incluyó en el gobierno de Castilla la Mancha en la anterior legislatura).
Sánchez ha modelado el PSOE a su gusto de una forma que Pablo Casado, por ejemplo, jamás consiguió con el PP tras obtener su presidencia. La prueba de ello es el acuerdo de coalición con Iglesias, que debía ser sometido primero al Comité Federal del Partido y luego a las bases antes de ratificarse. A día de hoy el PSOE no cuenta con unas «fuerzas profundas» que lo regulen. Sánchez fue derrocado por estos poderes en 2016 y desde su regreso en 2017 se cuidó de que le sucediera lo mismo. Soy pesimista en cuanto a la esperanza de que el cambio en el PSOE se produzca desde dentro. Si viniera de dentro, sería en forma de una brutal guerra civil (mayor que la 2016) que podría llevarse al partido por delante. Ningún socialista quiere correr ese riesgo. El cambio debe venir desde fuera.

El crucial momento histórico en el que nos encontramos hace que presionar para que el PSOE ceda sea responsabilidad del PP. Precipitando el pacto con Unidas Podemos, Sánchez descubrió su baza. La gran debilidad que tiene esta coalición aún no consumada es el tiempo que queda hasta la constitución de las Cortes y el comienzo de la Legislatura. Estas son unas semanas en las que el PP no puede quedarse expectante. Por una imperiosa razón de Estado, el PP debe ofrecerse (y venderlo como tal) para «salvar a Sánchez de sí mismo». El conservadurismo debe aprovecharse de la mayor debilidad de Sánchez, que es la de ser presidente. Ha demostrado que no es un hombre de convicciones y que no tiene una visión teleológica del poder. El PP debe ofrecerle los cuatro años en La Moncloa que busca mediante dos fórmulas posibles: o el gobierno de concentración nacional o la abstención con condiciones. Para el país sería mejor la primera opción, como ya escribí en la anterior entrada; pero en el Partido pueden pensar que les beneficia más la segunda porque de esa manera no queda el (sobrevalorado, en mi opinión) liderazgo de la Oposición en manos de Vox. Sea cual sea la opción que se elija desde Génova, el PP no debe dar tregua al PSOE. Todo el mundo debe saber que las puertas de la moderación están abiertas, de que el PSOE aún tiene un camino que transitar; no se le puede dar a Sánchez el argumento de que no tenía otra alternativa.
Esta estrategia de presión debe mantenerse hasta que fracasen las negociaciones de Gobierno —que no van a ser un paseo de rosas, besos y abrazos como el (burdamente) escenificado el 12 de noviembre entre Sánchez e Iglesias— o hasta que fracase la investidura. A mi entender hay una gran posibilidad de que esto último suceda. No va a ser fácil que Sánchez salga investido. El primer motivo es el diputado que el PP arrebató al PNV tras el recuento de voto por correo. Ahora, antes no, es necesaria la abstención de E-H Bildu, lo cual puede excluir a otras formaciones (desde Teruel Existe a Nueva Canarias). El segundo motivo es la CUP, la formación anti-sistema independentista que por primera vez ha entrado en el Congreso. Igual que sucede en el Parlament de Cataluña, la CUP marca con su extremismo el paso de ERC y Junts per Catalunya. La pugna que sostienen estos dos últimos por liderar el movimiento independentista está moderada por la CUP: el que no siga el planteamiento su rupturista o se acerque demasiado al Estado español pierde en favor del otro de cara a unas elecciones autonómicas en Cataluña. Luego ERC no se va a presentar como el aliado de Sánchez porque ahí estarán los otros dos partidos independentistas para denunciarlo. Luego no está todo tan armado como parece.
Sánchez ha salido con esta mágica coalición con la extrema izquierda de forma tan precipitada porque temía que el PP se le adelantara planteándole un gobierno de concentración que lo pusiera entre la espada y la pared. No es casualidad que la coalición con Iglesias saliera de la sombras un martes por la mañana, que es cuando el PP celebraba su hermética ejecutiva para analizar los resultados del 10 de noviembre. En conclusión: es hora de que el PP abandone la inactividad desde la que cómodamente espera que Sánchez se estrelle. Ese es el mismo tacticismo partidista que ha aniquilado a Ciudadanos. Este momento histórico exige que en Génova miren más allá del Liderazgo de la Oposición — el premio secundario que los tiene hipnotizados y que puede acabar llevándolos contra las rocas — y tomen la iniciativa.
Empezar la entrada de hoy con « He dicho en multitud de ocasiones que este blog… » me recuerda a « Excusatio non petita, accusatio manifesta »
Aparte, coincido con el articulo
Abrazo fuerte
Me gustaLe gusta a 1 persona