Esquerra, inservible

La decisión emitida ayer por el Tribunal de Luxemburgo abre una nueva dinámica no solo en la cuestión judicial sino en la política. Lo primero hace que sea necesario replantear el sistema judicial europeo pues vuelve el la sentencia de Luxemburgo vuelve a traer a colación el espinoso e incómodo tema de la euro-orden. Es necesario una reforma para que personas como Oriol Junqueras y Carles Puigdemont no recurran a ser eurodiputados, y mancillen lo que significa serlo, simple y llanamente para evitar rendir cuentas por los gravísimos delitos que cometieron. En ningún caso debe hablarse de un Spexit —una hipotética salida de España de la Unión Europea—, como hoy han coreado diferentes líderes de Vox en sus redes sociales. En muchas ocasiones he dicho que la fortaleza de España, sobre todo en el plano de las relaciones internacionales, se encuentra en la Unión Europea, más ahora que el Reino Unido la abandona y se necesitan nuevas fuerzas para reestructurar el proyecto europeo. España no puede abandonar la Unión solamente por la humillación que infringe un hombre, por muy dolorosa que sea. Hay que replantear el sistema de la euro-orden, sin duda, pero es irrisorio pensar siquiera en que por un forajido como Puigdemont, España vaya a abandonar grandes éxitos como el Tratado Schengen o el proyecto comunitario.

Pero principalmente, la decisión de Luxemburgo va a sacudir los cimientos de la presente situación política, de las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez y de la XIV Legislatura como tal: ayer se produjo el punto de inflexión tras el que las negociaciones entre el socialismo y el independentismo van a fracasar. De lo contrario, sería que Pedro Sánchez no respeta la división de poderes, interviene en el poder judicial y naufraga la España democrática. Por volátil que sea Sánchez, no creo que ese vaya a ser el desenlace.

La de ayer fue una gran victoria para Esquerra Republica: el relato que venderá a sus cachorros —muy radicalizados (varias consejerías de Esquerra están ocupadas, tomadas, literalmente, al asalto por miembros de sus juventudes que son miembros a su vez de los CDR y Tsunami Democrático)— es el de una justicia europea que enmienda la plana a la represiva justicia española, cuando no es así. Los de Junqueras ya han exigido a Pedro Sánchez (¡al presidente del Gobierno en funciones!, en su habitual ignorancia de Montesquieu) que ponga inmediatamente en libertad al sedicioso y anule el juicio. Parece ser que esta es la piedra con la que han topado, una piedra que creció en tamaño y aumentó en dureza cuando el miércoles el ministro (?) Ábalos —encargado de las negociaciones con Esquerra en nombre del PSOE (en Fomento lo deben echar de menos)— deslizó, inconscientemente, que Esquerra estaba dispuesta a renunciar a la unilateralidad. Después del fallo de ayer, Esquerra está más necesitada que nunca en los últimos meses de mostrar su fuerza. Si ahora Esquerra no exige a Sánchez la liberación inmediata de Junqueras como condición para seguir negociando, quedará ante sus bases como, efectivamente, un partido que ha renunciado a sus principios. Dañada como está por las declaraciones de Ábalos, que la sitúan como Judas del independentismo, Esquerra no va a dar su brazo a torcer.

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Viñeta de Peter Schrank publicada en la columna «Charlemagne» de The Economist, el 12 de diciembre de 2019.

Regresamos al punto en el que ninguna de las dos partes pueden seguir adelante sin destruirse en el proceso. El PSOE no puede ceder a la ensoñación que Esquerra le pide —la de liberar a Junqueras y anular el juicio—, y Esquerra no puede dejar que su mayor «victoria» no encarezca su abstención en la investidura. Se suman además una serie de factores, provocados también por el fallo de Luxemburgo, que van a posicionar a Esquerra una postura en la que su abstención va a ser imposible. Quim Torra ha sido hoy inhabilitado: recurrirá la sentencia al Tribunal Supremo (para eso sí que confía en la justicia española); comienza el plazo en el que puede convocar unas elecciones autonómicas en Cataluña. A esas elecciones lo más probable es que se presente Carles Puigdemont que gozará de inmunidad y libertad para moverse por el territorio europeo. Junqueras no podrá concurrir por estar inhabilitado en sentencia firme.

La ventaja, moral y política, que supondría para el independentismo que Puigdemont, el líder de la sedición, volviese a su cargo como presidente de la Generalitat desactivaría a Esquerra Republicana como alternativa, destruiría su gran ambición de convertirse en el primer partido de Cataluña. Los movimientos de Esquerra se tienen que ver a través de ese filtro: Esquerra nunca ha conseguido desbancar al catalanismo conservador —si es que Junts per Catalunya lo sigue representando—. Desde la Segunda República no gana las elecciones en Cataluña: en los últimos tiempos, las encuestas siempre la daban como ganadora absoluta, pero a la hora de la verdad fracasaba. Fue especialmente dura la derrota de las elecciones de 2017, las convocadas por el Gobierno central a través del Artículo 155, en las que se pensó que Junts había implosionado. Como han probado las últimas encuestas, el extremismo de Junts la beneficia mientras que el pragmatismo ambiguo de Esquerra y sus pactos con el PSOE le restan apoyos. Esquerra utilizará el fallo de Luxemburgo para poder virar hacia un radicalismo que le permita recuperar su ventaja sobre Junts de cara a las elecciones en las que éstos contarán con la presencia el líder fundacional de la sedición y Esquerra no. La situación en la que se encuentra Esquerra es idéntica a la de otoño de 2019 cuando se hizo imposible su apoyo a una hipotética segunda investidura de Sánchez. La sentencia del juicio del procés y el caos que emergió en Cataluña dinamitaron cualquier acercamiento al PSOE.

Luego Sánchez va a estar abocado a una investidura fallida o a una prolongación sine die de su gobernación en funciones. Pero lo cierto es que nos encontramos ante los estertores de Pedro Sánchez como figura trascendente en la política española. Su estrella se apaga aquí. Podrá continuar con su pantomima unos meses más, puede incluso que nos lleve a unas terceras elecciones en menos de un año pero a esas ya no acudirá él. Una tercera investidura en la que fracase sería su muerte política. Sin embargo, las elecciones no se ven tan claras como desde De Historia, Política y Perros predijimos en abril de 2019 porque no es seguro que Sánchez vaya a ir a una investidura si no tiene los apoyos necesarios — precisamente porque sabe que si fracasa sería su última investidura. El peligro es que Sánchez ya ha aceptado el encargo de Felipe VI y este encargo no decae hasta que le sea negada la confianza de la Cámara. Cabe por tanto la posibilidad de que se aferre al encargo sin ir a una investidura, lo que impediría que otro candidato pudiese ir a una investidura fallida que pusiera en marcha el plazo de dos meses para la repetición electoral. En ese caso las elecciones solo vendrían si los partidos de la oposición —puede que incluido Podemos— lo forzaran a ir a una investidura aunque solo fuera para «poner en marcha el reloj de la democracia» (lo mismo que hizo en 2016 cuando Mariano Rajoy rechazó la propuesta del Rey de formar gobierno). Es un momento de muchísima incertidumbre, mucha más que en la XIII Legislatura, porque Sánchez, después de la derrota personal que sufrió el 10-N perdiendo 3 escaños y 800 000 votos, en su desesperación puede ingeniar movimientos nunca antes vistos. Sin embargo, lo acaecido en el día de ayer complica en sobremanera que Esquerra lo devuelva a la Moncloa con plenos poderes.

 

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