El coronavirus ha hecho que proliferen en las bocas todo tipo de teorías conspiratorias sobre si el virus —o al menos la reacción a su proliferación— forma parte de una estrategia secreta para debilitar la imagen de China y frenar su imparable ascenso a la hegemonía mundial. Hay varias cosas que clarificar cuando se habla del «ascenso chino al trono del mundo», porque solo entendiéndolas se pueden entender el origen de su política, de su crecimiento y se pueden diseñar las estrategias necesarias para contenerla.
La China de Xi Jiping no es la Unión Soviética. ¿Se está viviendo una guerra fría sino-americana? Sin duda, pero China no tiene la intención teleológica que de expandir su modelo por el mundo como lo tenía la URSS. Sobre esta guerra fría sino-americana recomiendo este artículo publicado en el Foreign Affairs por Odd Arne Westad, posiblemente el mejor historiador de la Guerra Fría global, titulado ‘The sources of Chinese conduct’ emulando el famoso telegrama ‘X’ publicado en 1947 por George Kennan y titulado ‘The sources of Soviet conduct.’
China es un país profundamente agraviado históricamente. El revisionismo político que está llevando a cabo el presidente Xi en Asia oriental aspirar a invertir el estatus de potencia —ancestral, mística, histórica— subyugada que los imperios europeos dieron a China en el siglo XIX. Entonces, la decadente Monarquía Qing no pudo resistir el envite colonizador de franceses, británicos, alemanes y estadounidenses, que forzaron al Gobierno imperial a hacer concesiones comerciales, entre ellas la concesión de puertos como Hong Kong, Shanghai, Macao… Las guerras del opio y la revolución de los boxeres fueron intentos decimonónicos por parte de China de extirparse el mal europeo. Tras en el siglo XX librarse la milenaria monarquía y atravesar cuarenta años de turbulencia y guerras intestinas, China se consolidó como una potencia comunista aunque no tardará en separarse de la Unión Soviética y acercarse a los Estados Unidos. Mientras después de la Guerra Fría Estados Unidos perdía su momento de hegemonía global, su «unipolar moment», desangrándose en quísticos conflictos en Oriente Medio y persiguiendo la sombra del terrorismo jihadista, China crecía poco a poco. Parecía que quería seguir la profecía, supuestamente atribuida a Napoleón, que decía que China era un gigante dormido y que vaticinaba que el día en que despertara dominaría el mundo. Durante la década de 2010, Estados Unidos pareció percatarse de lo cegado que había estado por asuntos en Oriente Medio e inició la política conocida como el «pivot to Asia» (el giro a Asia) con el fin de contener a una China creciente. Con este objetivo reforzó sus alianzas comerciales y militares, desatendidas en los años anteriores, con Filipinas, Australia, Taiwán, Malasia y Singapur.
Es precisamente este pasado de potencia orgullosa sometida al dominio colonial de los europeos, lo que define a la China de hoy. Henry Kissinger, que fue artífice de la apertura a China en los años 70 y de la división del bloque comunista para provecho de los Estados Unidos, explicó en su libro On China que China no busca un sistema de dominación basado en la hegemonía como se puede entender en Occidente. Aquí, históricamente, la hegemonía se ha considerado la alteración que sufre la balanza de poder cuando uno de sus componentes domina al resto. China entiende la dominación como armonía, debido a la diferencia histórica y cultural. Para China la dominación supone el establecimiento no de una balanza que pueda de alguna forma controlar, sino el establecimiento de una pirámide en la que ella se sitúa en la cúspide con la base formada por los países de su entorno. El modelo, es diferente. Estados Unidos aún domina el orden occidental en el sentido de que aunque no ejerce un dominio hegemónico sobre el resto de integrantes (con un estilo imperial-territorial, entiéndase) sí que ejerce una influencia hegemónica sobre ellos (al estilo de Rusia y Gran Bretaña sobre la Europa del siglo XIX). China aspira volver a un modelo feudal en el que el imperio del cielo obtiene vasallaje del resto de países siervos, como sucedía en el cénit del poder imperial chino cuando se consideraba al emperador «Señor de todo bajo el Cielo». La principal diferencia de conceptos es que el concepto chino es aplicable solamente a la esfera de influencia tradicional de China —Asia oriental— que es precisamente la que considerada violentada por el imperialismo occidental, que aspira a hacer de ella una potencia más de un sistema evidentemente controlado por los americanos. China aspira a expandir su dominio sobre lo que era su esfera de influencia histórica.
Lo peligroso es que esta expansión de China lleva aparejada dos cosas: la imparable expansión económica y el peligro a países que son aliados de los Estados Unidos y del orden liberal. La expansión de China no solo en Asia sino en Europa y muy especialmente en África busca alimentar una economía rabiosamente voraz. ¿La razón? No es fomentar la economía para sostener un imperio. Se trata de mantener la economía para mantener el régimen. La cleptocracia del Partido Comunista chino ha sobrevivido a base de encontrar la riqueza en el «comunismo de Estado» (comunismo político en el interior, capitalismo salvaje en lo económico). China sobrevive a base de mantener su crecimiento económico por encima del 6 %, el más bajo en la última década —antes crecía al 11, 12 y 13%—.

El segundo motivo, que es lo que en esencia hace peligrosa a China, es que pretende ejercer su hegemonía política sobre países que llevan desde la Segunda Guerra Mundial en la esfera del orden liberal-occidental. Filipinas, Taiwán, Japón, Australia, los países de Indochina, India… China considera que esta es su esfera de influencia tradicional, sobre la que tiene derecho, la que fue usurpada. Por supuesto, Estados Unidos no puede dejar ir a sus aliados ni permitir que la expansión política de China más allá de la llamada «primera cadena de islas» (la que forman la Península de Corea, Taiwán y las islas del Mar de la China Meridional) precipite una expansión hacia la «segunda cadena de islas» (Japón, Filipinas, Malasia, Indonesia) poniendo el Océano Pacífico de facto en sus manos. China asume que para su protección es necesario controlar todo lo que se encuentre dentro de la primera cadena de islas lo que incluye a un antiguo aliado americano, Taiwán. Con este propósito, China espera anexionar Taiwán y recorta la soberanía marítima de otros Estados en el Mar de la China Meridional creando islas-base artificiales.
No es que China aspire a revertir la hegemonía mundial del sistema liberal-capitalista —que va más allá de Estados Unidos y Europa, pues es el ethos de todos los organismos internacionales desde la ONU, al Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional…— y reemplazarla por un sistema basado en el chino (como aspiraba a hacer la Unión Soviética durante la Guerra Fría); simplemente aspira a que se la deje respirar en lo que considera su zona de influencia. China no pretender llevar a cabo una expansión geopolítica; el plan de Xi a largo plazo no es refundar el imperio chino y dominar Euroasia, sino dominar Asia oriental. Las consecuencias que eso pueda tener para Occidente y lo conveniente que sea contener a China económica y diplomáticamente es otro tema de debate. La solución a la expansión política de China en Asia es endiablada pero para encontrarla es imprescindible no confundir cuáles son sus aspiraciones y entender qué es lo que las motiva.
Interesante. Pero si colonización (migrantes) es casi como la musulmana, por tanto a término, su superpoblación es factor a tener en cuenta. Como ya hacen ellos, por otra parte
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