La estrategia de Iglesias

Desde hace un año, cuando las elecciones del 28 de abril descalabraron a Podemos, Pablo Iglesias ha considerado su entrada y la de su partido en el Gobierno como única forma de salvación. Un Podemos que no ha hecho más que caer, comicio tras comicio, solo se salvaría si se presentase como «útil» ante sus votantes logrando hitos como la subida del salario mínimo o la regulación de los alquileres. Sin embargo estalló la crisis del coronavirus. Contrariamente a lo que afirman fundamentalismo y alarmismo de que en esta situación Podemos aprovechará la emergencia nacional para implantar el chavismo, la crisis del Covid-19 es tremendamente peligrosa para el partido de extrema izquierda. El Estado de Derecho no sucumbe a un partido de 32 escaños, por muy dentro del Gobierno que esté, solamente por la declaración de un estado de alarma porque entonces demostraría no ser Estado de Derecho sino estado arbitrario — donde cualquiera con poder puede aprovechar la situación para demoler el Estado. Esta crisis, terriblemente gestionada debido a la ineptitud de un gobierno conformado en tiempos de optimismo y apaciguamiento, quemará a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias quiere, obviamente, huir del incendio; Sánchez no le quiere dejar.

Pedro Sánchez, demolido tras el fracaso de estrategia electoral el 11 de noviembre —con la que esperaba llegar a los 140 escaños perdiendo finalmente 3 y 700 000 votos—, aceptó integrar a Podemos en el gobierno con el fin de absorberlo. Podemos entró en el Ejecutivo con la esperanzar de capitalizar los «avances sociales» y usar los medios gubernamentales como escaparate para su recuperación electoral. Ahora que el Gobierno está en crisis, tanto Sánchez como Iglesias y sus respectivos partidos tienen la vista puesta en las responsabilidades, purgas y, finalmente, elecciones que vendrán una vez acabe la crisis sanitaria. Todo ello acontecerá en medio de una debacle social y económica en la que nadie va a querer ser el último sosteniendo una cartera de responsabilidad ministerial. Iglesias espera ser destituido junto a su equipo en pro de un gobierno socialista apoyado por el Partido Popular y Ciudadanos para así poder presentarse ante sus votantes como el adalid de las libertades y derechos sociales que fue apartado por un socialismo que de nuevo, como en el 2011, estaba más preocupado por las élites que por el pueblo. Ello supondría regresar al ethos rupturista, anti-sistema, y que consideraba que PP y PSOE eran lo mismo, que en 2016 lo dejó a apenas unos metros de distancia del PSOE —uno con 71 escaños y el otro con 84.

Para volver a esa esencia tan rentable electoralmente en momentos de crisis económica como la que vendrá, Podemos necesita salir del Gobierno haciendo ruido. Vemos que Iglesias y sus ministros solamente dan las buenas nuevas, dejando al PSOE las malas: están intentando tintar su imagen de bienhechores sociales para cuando llegue el momento de repartir culpas. Se está haciendo visible en los medios controlados por la Izquierda la lucha entre Podemos y los ministros tecnócratas, serviles de las élites económicas y europeas, como Nadia Calviño o José Luis Escrivá. Se ha vuelto a una retórica de «Estado controlado por las élites», patente en los ataques de Iglesias a la justicia tras la condena a su camarada Isabel Serra por atentado a la autoridad.

En Podemos quieren convertir la crisis del coronavirus en la crisis de 2008 para regresar a ese caldo de cultivo de desafección institucional y dureza económica de la que surgió con tanta fuerza su movimiento. Tensan la cuerda —atacando a la justicia, siendo críticos con los medios, monopolizando las «buenas noticias», desautorizando a miembros del PSOE, haciendo proclamas en favor de la nacionalización, la banca pública…— con la esperanza de que Sánchez ceda a las (numerosas) presiones, entre ellas de sus ministros y su partido, y saque a Podemos del Consejo de Ministros. Ese es el objetivo y cuanto antes, mejor. Iglesias espera poder acusar a Sánchez de venderse a los que no piensan en el pueblo y poder así presentarse los siguientes meses como el único capacitado de liderar a la Izquierda social.

Pedro Sánchez se encuentra en una situación pésima, imposible. No quiere dejar ir a Iglesias. Lo mantiene atornillado al banco azul precisamente para que cuando se hunda el barco del Gobierno Iglesias no se salve. Si Iglesias saliera del Gobierno tendría libertad para criticar —argumentos, reales e inventados, no le faltarían— la gestión socialista y obtendría por ello el respaldo que el PSOE perdiese por puro desgaste. El plan de Sánchez es mantenerlo cerca y bajo control: mientras esté dentro del Gobierno será mucho menor el daño que pueda causar y llegado el momento de unas elecciones ya se encargaría la máquina de Ferraz de aplastarlo. Precisamente por eso el presidente del Gobierno desoye a los ministros críticos con los populistas y a estos les da carta blanca y visibilidad: los está apaciguando con el fin de destruir todo argumento que tengan para volverse contra él. Con esa visibilidad y poder que Sánchez les confiere los carga también de responsabilidad: transformando a Iglesias en cara visible de la gestión del Gobierno, aprovechándose de su ambición, lo está convirtiendo también en cara visible de sus errores, a pesar de que Iglesias se centre solamente en dar buenas noticias. La estrategia de Sánchez es, sin embargo, muy frágil. Cediendo tanto a Podemos alienará a los sectores más moderados del PSOE y aumentará los recelos dentro del propio Gobierno. Margarita Robles y Nadia Calviño le han declarado su lealtad acérrima pero todo podría cambiar si perciben —ellas y otros sectores— que Iglesias está acumulando demasiado poder.

Las concesiones a Iglesias son también importantes escollos en la relación con el PP, imprescindible para gestionar la crisis — aunque es de esperar que Sánchez quiera que el PP se niegue a negociar con un gobierno tan escorado a la Izquierda para así poder señalarlo como antipatriota. Pero en Génova harían bien en entender que el mayor enemigo del PSOE es un Iglesias suelto por la calle y libre de responsabilidades. El PP tiene una oportunidad dorada pues en esta circunstancia lo mejor para España es también lo mejor para el partido: tiene bula para actuar de forma partidista. Deben lograr que Podemos caiga del Gobierno. Libraría al país de un elemento corrosivo y además daría alas al mayor enemigo del PSOE. Mientras el PP pacta la reconstrucción con el PSOE, cosa que es imprescindible para la salvación nacional, Podemos hará su guerra contra Sánchez ya libre de esas ataduras ministeriales que exigían un mínimo de lealtad. En términos partidistas, el PP debe volver al esquema de 2015: alentar el auge de Podemos para provocar la caída del PSOE (es exactamente lo que el PSOE ha hecho con Vox en el 2019 para lograr la debacle del PP). En esta ocasión, insisto, viene dado por gracia divina que lo que más conviene al PP es además lo mejor para la nación.

5 comentarios sobre “La estrategia de Iglesias

  1. Alfonso no tienes la sensacion de que Podemos se ha quedado en una opcion para los pijos de Izquierdas y el voto obrero lo capta el nuevo nacional socialismo de VOX? ….POR LO DEMAS MUY INTERESANTE TU ANALISIS COMO SIEMPRE

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    1. Totalmente de acuerdo que Vox capta mucho voto obrero y ha quitado bastante voto extremista de Podemos. Precisamente por eso creo que Podemos está intentando capitalizar su «gestión» en el Gobierno para volver a convertirse en defensor de la clase obrera. Saben que ha sido la visión «burguesa» que han dado (la casa de Iglesias, las peleas internas…) las que les han quitado mucho voto. Tampoco hay que olvidar que los sectores más extremistas (los anticapitalistas) nunca aprobaron el gobierno de coalición con el PSOE; si rompen con Sánchez aludiendo que ha vendido a los obreros puede que lo atraigan de nuevo. Un abrazo!

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