El resultado del 14-F podía haber volado por los aires el Gobierno de Pedro Sánchez de haber el partido de Carles Puigdemont, Junts per Catalunya, ganado las elecciones. Habría impuesto su línea dura y forzado a Esquerra Republicana a seguir su rumbo, dejando sin apoyos parlamentarios al Gobierno en Madrid. Se espera que Junts integre el nuevo gobierno presidido por Esquerra: aunque la presidencia de los de Oriol Junqueras tranquiliza a Sánchez, está por ver el efecto que tendrá en la entente socialista-independentista la vicepresidencia de Junts y la presión de las CUP, el partido de extrema izquierda independentista al que necesitan para la mayoría absoluta en el Parlament.
Lo más interesante del 14-F se encuentra, a mi juicio, en el colapso del Partido Popular y el ascenso de la derecha dura de Vox. Ciudadanos es un tema aparte en el que no voy a detenerme mucho: es un partido en descomposición a nivel nacional y en Cataluña no iba a resistir lo que obtuvo en 2017 en virtud de unas circunstancias extraordinarias. La debacle del Partido Popular de Cataluña no se encuentra tanto en el hecho de que haya perdido escaños (tan solo uno respecto a los comicios de 2017), sino en lo que este resultado refleja sobre el propio funcionamiento del PP a nivel nacional. Lo importante no es ni siquiera que no hayan sido capaces de capitalizar el voto de Ciudadanos. Esto es imprescindible entenderlo ya que es falaz pensar que el resultado de Vox en Cataluña es extrapolable al resto de España. Ciutadans es un partido muy diferente a Ciudadanos. Mientras que Ciudadanos en España es un partido liberal, que baila entre el centro-izquierda y el centro-derecha dependiendo del arbitrio de sus líderes, en Cataluña, Ciutadans es un partido principalmente anti-independentista. Encarna una corriente identitaria de nacionalismo español para hacer frente al nacionalismo separatista. La razón de los 36 escaños de 2017 no se debía a su programa económico o político, sino a que representaba una corriente contraria al separatismo reaccionario que acababa de dinamitar la Constitución. Tras el descalabro nacional de Ciudadanos y su mala gestión del liderazgo de la oposición en Cataluña, ha sido Vox, como opción más identitaria, quien ha capitalizado el sentimiento de nacionalismo español. Cataluña se rige por normas diferentes y en el resto del territorio nacional, donde el factor nacionalista-español de Ciudadanos es mínimo, sus votos los recoge el PP por pura proximidad ideológica. Tomar la victoria de Vox en Cataluña como el principio de su ascenso en el resto de España es falaz pues supone ignorar las peculiaridades del contexto catalán y no tener en cuenta el resto de fuerzas profundas que rigen el resto del territorio nacional.
Que el buen resultado de Vox en Cataluña no sea aplicable al resto de España no quiere decir que el PP esté libre de culpas y es en ello en lo que quiero dedicar las siguientes líneas.
El PP no erró en su estrategia de ‘viraje al centro’ per se, iniciada tras la estéril moción de censura de Santiago Abascal al Gobierno socialista. Esa estrategia es la que podrá dar al PP los votos necesarios para llegar a la Moncloa. En un país como España, donde la mayoría de la población se sitúa ideológicamente alrededor del 5,3 en un espectro en el que 1 es extrema izquierda y 10 extrema derecha, los partidos deben pelear por el centro ideológico porque ahí es donde se encuentran las mayorías. No hay sitio para los extremos; esto es una realidad sociológica. El PP hace bien en virar hacia el liberalismo que en su día ocupó Ciudadanos. Del 28-A al 10-N, Ciudadanos perdió casi 3 millones y medio de votos que no fueron a parar a ningún otro partido; esos votos son el objetivo del PP. Ahora bien, el viraje al centro comprende un problema: es una estrategia acertada pero actualmente está vacía de contenido ideológico e intelectual. La actual dirección del PP ha dado el giro al centro sin convicción, casi por descarte, y por ello radica en un profundo descrédito. Los populares saben que deben virar al centro, pero no tienen idea de lo que esto supone y por ello fallan a la hora de armarse ideológicamente para esa misión. Piensan que el partido se centra o se modera diciendo que son una ‘fuerza tranquila’, yendo a golpe de declaración como si con unas palabras o un tweet se forjara una posición política.
En resumen: falta mucho nivel en la cúpula del Partido y sin nivel no puede consolidarse una opción de gobierno. Las declaraciones de Pablo Casado a RAC 1 durante la campaña electoral, lamentando las cargas policiales sucedidas durante el 1-O, son un ejemplo de esta de imaginación y de convencimiento. Cree que apartándose de lo que fue una gestión más que mejorable del problema catalán por parte de Mariano Rajoy con esas declaraciones, va a sentar las posiciones de un partido nuevo, cuando en realidad lo que hace es confundir o, peor aún, dar la sensación de que el Partido no se encuentra a sí mismo. Su gestión de los casos heredados de corrupción ha sido también pésima: aunque es una injusticia monumental el castigo, el suplicio, que padece el PP actual, perseguido por las furias del pasado, ha dejado mucho que desear. La excusa que se ha dado de la deblace catalana ha sido la de un supuesto pacto en la Fiscalía y Luis Bárcenas para perjudicar al PP; simplemente patética: es una excusa que no ha lugar en un partido como el PP; está tintada de berrinche y de falta de madurez política.
Pero, ¿cuál es el problema de fondo, con Cataluña, con la corrupción, con todo? Hoy Pablo Casado anuncia que abandonan la calle Génova y con ello lo retrata, pero seguramente sin darse cuenta: el PP está preso del corto-placismo y eso puede ser su muerte. Cambian de sede para romper con el pasado de la corrupción. ¿A qué han esperado? Llevan años sabiendo que el edificio estaba en el foco de una investigación judicial. Es una decisión muy elocuente porque demuestra que el PP va a la cola de los acontecimientos, reaccionando, esperando a que las cosas sucedan. Carece de un plan a largo plazo, de una idea consolidada, madurada y meditada, de lo que quiere para España. No tiene un grand strategy, que dirían los anglosajones, y eso es fundamental. Hasta Pedro Sánchez lo tiene: qué creen que es la ‘Agenda 2030’ sino una estrategia de supervivencia y permanencia política a diez años vista. (No por nada tiene un subsecretario de Estado a cargo de la ‘estrategia de país’). Que el PP vaya a cola de los acontecimientos tiene responsables directos. Casado se ha rodeado de ‘fontaneros de partido’, personas como Teodoro García Egea que cuya única misión es el maniobrar para que el Partido obedezca al líder. Eso estaría fenomenal y sería una estrategia totalmente legitima – seguramente la más práctica – si el líder o la cúpula supieran a dónde ir. Y es que no lo saben, lo que implica que el PP se está consolidando en torno a un no-proyecto.
El Gobierno de España no va a caer simplemente por la desastrosa gestión sanitaria y económica; de ser así ya debería haberlo hecho. El PP no puede llevarse a engaño creyendo que ya le tocará a él el turno, como en el tiempo de Cánovas y Sagasta. El turno hay que provocarlo, hay que forzarlo: no basta con repetir que se es la alternativa si no se ve una alternative en lenguas alrededor. El problema que demuestran las elecciones catalanas es que el PP está falto de un proyecto y es una lástima porque el candidato Alejandro Fernández era con diferencia el mejor. Lo ha lastrado la desorientación (que ellos interpretaran como rumbo) de la cúpula nacional. El proyecto que el líder de la oposición ofrezca a España necesita de una maduración y de un peso intelectual que en este PP no se encuentran. En España va a haber elecciones en el año 2022. Es imprescindible que el PP se haga con una estrategia a largo plazo que pueda variar en función de las circunstancias pero que componga el ethos del Partido. Si van a hacer de la gestión su bandera, de la tecnocracia su ideología – cosa con la que comulgo – que lo hagan con convicción. Armen el partido de estadistas, de abogados del estado, de economistas, de diplomáticos, de intelectuales – que vayan estos en primera fila. Que se aparten de una vez los de mili de partido, los que han sido miembros desde los veinte años, los licenciados en comunicación, porque con ellos el PP no se diferencia o, peor aún, no destaca, no brilla.