La aplastante victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de Madrid abre, sin duda, un ciclo nuevo en la política española. Refuerza Madrid como dique de contención a la política del Gobierno de Pedro Sánchez y consolida al PP como fuerza alternativa a dicho gobierno. Sin embargo el triunfo de la Sra. Ayuso es más revolucionario, en mi opinión, para el propio PP que para el presente panorama nacional. Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado se parecen pero tienen diferencias significativas que los enmarcan en tradiciones de partido completamente diferentes. Uno debería aprender de la otra y, en no tan última instancia, ser reemplazado.
Tanto la Sra. Ayuso como el Sr. Casado han crecido haciendo ‘mili’ en el PP madrileño. No han entrado en la política desde la masa tras haber destacado en la misma – siguiendo un término orteguiano. Ambos se vieron catapultados a la cima por una carambola. El Sr. Casado por un congreso que no ganó sino que perdió su rival; La Sra. Ayuso por una apuesta personal de un líder que aspiraba a actuar de forma independiente, ganando la presidencia de la Comunidad de Madrid en mayo de 2019 por cuatro escaños y tras un descalabro histórico. El Sr. Casado ni se acerca a la presidencia del Gobierno a pesar del desgaste de Pedro Sánchez y de su negligente gestión.
Ahora la Sra. Ayuso está encumbrada. ¿Cuáles han sido las causas? No voy a detenerme en las que todos conocemos. Me interesa en particular una que es explicativa de todas las demás y porque además es precisamente la que le falta al Sr. Casado y la que lo lastra de forma irremediable: Isabel Díaz Ayuso es una persona con conciencia de sus límites, con inteligencia suficiente para saber dónde no llega.
La Sra. Ayuso no tiene el Estado en la cabeza como decían de Manuel Fraga. No acumula títulos universitarios ni publicaciones académicas. No es ni abogada del Estado, ni letrada a Cortes. Es consciente de lo que es. Es periodista y no se avergüenza. Es fiel a sus principios. Y precisamente por eso no ve al inteligente como amenaza sino como oportunidad para llenar sus vacíos. La Sra. Ayuso no se ha dedicado a hacer un gobierno a su medida; eligió a los que consideraba los mejores en su área y ella adoptó, como presidenta del ejecutivo regional, la labor de arbitrar y ponderar las opiniones fundamentadas de sus consejeros con el proyecto ideológico de su partido. La Sra. Ayuso no aspira a ser más de lo que es y por eso es genuina, por eso convence y moviliza.
El Sr. Casado tampoco tiene el Estado en la cabeza, pero no lo quiere reconocer porque piensa que reconocerlo es debilidad. Se ha ocultado tras el lema de la ‘moderación’, pero no porque esta idea de ‘moderación’ haya sido el resultado de un debate intenso, no porque crea en ella. ¿En qué hay que creer? Moderación no es nada. Es una palabra vacía, como patriotismo, centrismo o progresismo. Están vacías porque no las han llenado de contenido; piensan que por sí solas valen. Tengo la certeza de que ignoran el debate porque no son generosos a la hora de ceder en sus posiciones. Dotar de contenido a algo supone escuchar ideas ajenas y ceder. Eso es a lo que no están dispuestos porque ceder es, creen, perder poder cuando en realidad es ensanchar.
El caso de Cayetana Álvarez de Toledo es muy significativo para explicar mi tesis. Su destitución como portavoz parlamentaria pudo tener motivos que comparto. Pero de fondo subyacía una molestia profunda hacia quien destaca porque todo el que destaca demuestra las carencias de uno y por tanto lo amenaza. En vez de aprovecharla a ella y a su inmenso bagaje intelectual para dotar al partido de un ideario con forma y fondo, se prefirió ver su perfil negativo porque viendo en exclusiva lo negativo se evitaba tener que conciliar con lo positivo que pudiera tener – su conocimiento – que es de lo que algunos en la cúpula actual recelan por no tenerlo ellos. Por eso en los partidos no hay corrientes, porque no se permiten. Se justifica el monolitismo ideológico con victorias otorgadas por primarias, que son y serán la perdición de la democracia de partidos.
El actual líder del PP, que ganó unas primarias (¿y para qué las ganó?), se rodea de gente que construye para él un modelo de partido que está acorde a una mediocridad no reconocida que plantea disfrazar con proclamas de experiencia, gestión y conocimiento. Los tecnócratas de Mariano Rajoy purgados en 2018 no fueron reemplazados por otros del sesgo ideológico del nuevo presidente, sino por una cohorte de gente cuyo único mérito es ser afín. No se pasó de un estilo de gestión ideológico a otro; se pasó, directamente a la gestión del partido, de un partido vacío. Y no hay más que ver una sesión de control de los miércoles, prestar atención a cómo hilan argumentos – churras, merinas, manzanas, poder judicial, Venezuela, chalé –, para comprobarlo. Que no vendan esos discursos como modelo de gestión o de partido de Estado porque es algo irrisorio.
Hay en Génova quienes consideran que admitir los límites supone admitir debilidad y exponerse a ser reemplazados. Tienen tanto miedo de quedarse sin sus puestos: se ha formado un clima irrespirable en el que a los técnicos no se les da visibilidad por si eclipsan y en el que no hay un debate ideológico de profundidad, porque no se quiere dar pie a que habiéndolo se cuestionen principios o figuras en la cúpula. Que miren más allá. Con la sinceridad de admitir los límites y saberse ayudar se forman equipos, discursos y opciones como la que ha articulado Isabel Díaz Ayuso. Se ha convertido una marca electoral en sí, y además en una marca victoriosa. Margaret Thatcher, con quien la Sra. Ayuso comparte determinación y convicción ideológica sincera, le dijo a Henry Kissinger que ella había logrado sus mayorías absolutas no moviéndose al centro, sino moviendo el centro hacia ella. Es exactamente lo que ha logrado la Sra. Ayuso. Y lo ha logrado porque su proyecto, como ella, es una marca creíble, una marca que es fiel a sí misma y que no va dando bandazos en busca de un equilibrio en el que, en el fondo, no cree. El PP debería reflexionar sobre por qué Ayuso ha calado tan hondo en la sociedad madrileña y preguntarse qué falta (más bien quién falta y quién sobra) a nivel nacional para ilusionar, para convencer, de ese modo.