España sin política exterior

En España hace tiempo que falta un debate nacional sobre política exterior. Es un tema completamente desterrado del foco público. La semana pasada, cuando el conflicto árabe-israelí entraba en una nueva fase de violencia, los políticos españoles (algunos a los que tengo o tenía en cierta estima) twitteaban patéticos mensajes que decían: «Ánimo Israel» o «Todos con Palestina». El resumir un conflicto histórico enquistado en una de las regiones más convulsas del mundo con un tweet denota el nivel de la clase política cuando se trata de diplomacia (o puede que simplemente el nivel, a secas). Cuando llegan situaciones de extrema gravedad como la que a estas horas aún se vive en Ceuta y Melilla, se ve que España carece de una estrategia. No tenemos, porque no hay un debate político que la cree, una gran estrategia — un plan de acción internacional que considere cuáles son nuestros intereses nacionales y cuáles los medios para realizarlos.

La política exterior del actual Gobierno de España ha sido absolutamente nefasta y creo que esta es una oportunidad para, usando el ejemplo de la crisis de Ceuta, explicarlo. Los dos ministros de Exteriores de Pedro Sánchez han utilizado la diplomacia española como escaparate. Josep Borrell servía el propósito de pintar al Gobierno nacido de la moción de censura como contrario al independentismo catalán. Pronto se le catapultó al alto comisionado de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea en una misión de maquillaje con la que se pretendía vender una supuesta vuelta de España al escenario internacional. La terrible actuación del Sr. Borrell en Rusia frente al homólogo ruso, Sergei Lavror, ya deja clara su trayectoria como diplomático español y europeo. Arantxa González Laya, su sucesora, en su toma de posesión dijo que quería hacer una política exterior «más geopolítica». Ella sabrá lo que quiso decir. (Una política exterior «más geopolítica» equivale a decir una política fiscal «con más números»). Bajo su mandato, España ha perdido oportunidades de oro con las que asegurar sus intereses y recuperar liderazgo internacional. En Gibraltar se dejó pasar la auténtica ocasión que hubo, en el momento del brexit, de conseguir la co-soberanía o una fórmula semejante que pusiera fin a la anomalía colonial del Peñón. Con Venezuela, España se negó liderar la respuesta europea a la crisis y, aún peor, se ve envuelta en trapicheos con su dictadura, como el caso de la aerolínea Plus Ultra.

Ahora resurge el problema de Marruecos. El termómetro de las relaciones hipano-marroquíes son las olas de inmigración, como bien se sabe. Hoy la temperatura es abrasadora porque el presidente del Gobierno y la ministra han permitido que la situación se desborde. Marruecos es el socio incómodamente necesario para España: es una de las mayores potencias militares de África, un importante miembro del mundo árabe, y España lo necesita contra la inmigración ilegal, el yihadismo y el narcotráfico. El reino alawí colabora con España pero nunca ha renunciado a su pretensión sobre Ceuta y Melilla ni sobre el Sáhara Occidental, territorio cuya pendiente de descolonización España no asume pese a tener el encargo de las Naciones Unidas. Los sucesivos gobiernos españoles desde la transición se movieron con cautela en lo referente al Sáhara. Marruecos lo reivindica mientras que el Frente Polisario, un agente de Argel que en los estertores de la Guerra Fría aspiraba a dar a Argelia (aliado de la Unión Soviética) una salida al Atlántico norte, libra una guerra de guerrillas contra Marruecos por la independencia saharaui.

El Gobierno español ha entrado de lleno en la cuestión pero sin ningún tipo de objetivo estratégico. Han usado la política exterior simplemente para contentar al socio de gobierno y mantener a flote una coalición de la que depende la supervivencia política del presidente del Gobierno. Se ha dado una dejación de funciones diplomáticas por parte de España, una renuncia de su estatus como potencia atlántica y europea, en pos de contentar a Unidas Podemos. Podemos siempre ha sido partidario del derecho de auto-determinación del pueblo saharaui, ignorando lo enormemente peligroso que es para España hacer bandera de ello por las represalias que pueda tomar Marruecos. El Sr. Sánchez, sin embargo, permitió que el Sr. Iglesias coqueteara durante su paso por la vicepresidencia con los líderes del Polisario. En 2020, una de sus enviadas fue recibida por Ignacio Álvarez, el secretario de Estado del ministerio de Pablo Iglesias. Dijo recibirla como ‘ministra de la República Árabe Saharaui’. Exteriores desautorizó al Sr. Álvarez. «Desautorizar» es un verbo cuyo uso se ha instalado en esta guerra de coalición y que no sirve para nada pues ni repara el daño ni previene que vuelva a suceder. Marruecos tomó nota entonces. La cumbre prevista entre el presidente del Gobierno y el rey Mohamed VI se aplazó sine die.

Poco después se dio que Estados Unidos, en diciembre de 2020, reconocía la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara a cambio de que Rabat estableciera relaciones diplomáticas con Israel. Ello privó a España de un capital político fundamental para mantener a Marruecos a raya. Con Estados Unidos cogido del brazo, España podía hacerle frente a Marruecos cuando las cosas se torcían. Así sucedió con la crisis del islote Perejil en 2003. Ahora el tándem es de los marroquíes con los norteamericanos y a España, sobre todo si continua en esta deriva de política exterior, la va a costar volver a tener la ascendencia en el Estrecho. En este caso España no tiene a Washington de su parte: Joe Biden (que aún no ha llamado a Pedro Sánchez) no va a retractarse de lo que hizo su predecesor. España ha hecho además, muy poco por ganarse el apoyo de Estados Unidos, especialmente dada nuestra tibieza contra Maduro. Viene siendo norma en los gobiernos socialistas desde 2004 despreciar al aliado americano en supuesta represalia por la guerra de Irak, cuando su apoyo es fundamental cuando suceden crisis como la de Ceuta.

Ahora, ignorando las más que evidentes lecciones, el Sr. Sánchez ha dado auxilio humanitario al jefe del Frente Polisario, Brahim Ghali, enfermo de covid-19. Ha sido hospitalizado un hospital de La Rioja con una identidad falsa pues está buscado por la Audiencia Nacional por varios delitos, entre ellos genocidio y torturas. El Gobierno ha protegido abiertamente a un criminal internacional, requerido también por la Justicia de varios países europeos (entre ellos Alemania, que le negó asilo). Ahora España paga las consecuencias con Marruecos. La razón por la que el Sr. Sánchez haya consentido la hospitalización del Sr. Ghali en España tiene que ver con Podemos, con el influjo que esta formación tiene sobre él. Los manejos de Podemos con el Polisario escoran la política exterior de España y la llevan a una situación peligrosísima internacionalmente, como demuestra la crisis actual. Se engañan quienes piensen que esto se trata de una ola migratoria más. Nunca se había dado un caso como este en el que la gendarmería marroquí abría las puertas de sus vallas a los migrantes incitándolos a rebasar la frontera española. Si Marruecos trata de tomar Ceuta y Melilla no lo hará con una invasión militar sino con una invasión civil como ya hiciera en 1975 con la «marcha verde» con la que entró en el Sáhara español. Marruecos entonces desafió a las tropas españoles a que abrieran fuego sobre civiles desarmados. Los parámetros de la diplomacia marroquí no tienen nada que ver con la de los países de nuestro entorno: no dudarán en mandar hordas de hombres, mujeres y niños a tomar las ciudades españolas si ven la oportunidad para ello y si España se la pone en bandeja.

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