El fin de Podemos: cayeron los espadones

Partidos políticos como Podemos y sus confluencias confederales hermanadas por el espíritu del cambio, tienen una sobredependencia en los «espadones» y «hombres fuertes» por la falta de estructura. Cuando el partido no está consolidado como una organización ni afianzado como una máquina —al contrario que el PSOE y el Partido Popular— se depende enteramente de los líderes. Hay muchos precedentes históricos: durante el edad liberal y la posterior Restauración (c. 1830-1923), los partidos —el moderado, el unionista, el progresista…— no existían como tales estructuras y necesitaban de unos líderes fuertes a los que la historiografía ha puesto el nombre de «espadones» (porque solían ser militares). Los espadones más importantes fueron el general Narváez para los moderados, el general Espartero para los progresistas, el general O’Donnell para los unionistas y el general Prim para los radicales. Los nuevos partidos del siglo XXI siguen ese mismo modelo de liderazgo personalista. En Ciudadanos no hay más caras que las de esa especie de dios Jano que constituyen Albert Rivera e Inés Arrimadas. En Vox, Santiago Abascal y Javier Ortega Smith son esos líderes fuertes que suplen la falta de una estructura territorial.

Unidos Podemos es, sin embargo, el partido más personalista de todos. El hecho de que Podemos (partido) haya tenido que recurrir a confluencias como En Común o En Marea para que se conforme «Unidos Podemos», ha otorgado al partido cierto peso territorial pero al mismo tiempo lo ha condenado a buscar el entendimiento con los espadones de cada uno de esos pequeños partidos. Podemos (partido) era en sí una pentarquía formada por los padres fundadores: Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero y Luis Alegre. Para poder alcanzar el poderío territorial al que llegó en 2015, esa pentarquía hubo de agrandarse para incluir a las cabezas de otros movimientos de la izquierda como Teresa Rodríguez y Miguel Urbán (de Izquierda Anticapitalista), y aglutinar formaciones transversales encabezadas por personalidades como la jueza Manuela Carmena (en Ahora Madrid), la activista de afectados por al hipoteca Ada Colau (Barcelona en Comú) o el representante sindicalista José María González «Kichi» (Por Cádiz sí se puede).

La coexistencia con otros espadones, a la que en 2016 se sumó el coordinador federal de Izquierda Unida Alberto Garzón, iba a dificultar la convivencia dentro de Podemos (partido). Después de conjurar el intento de Pablo Echenique por afianzar una dirección a tres (un triumvirato) en el congreso de Vistaalegre I, Pablo Iglesias acabó consolidándose como líder del Podemos aunque estando todavía secundado por los otros miembros de la pentarquía. Pero éstos, como en la novela de Ágatha Christie And then there were none, fueron desapareciendo uno tras otro. Juan Carlos Monedero pasó a un segundo plano por sus problemas con hacienda. También lo hizo Luis Alegre, quien en 2016 ya había salido de la primera línea. De la pentarquía original quedaron el líder supremo, Carolina Bescansa e Íñigo Errejón. El primer síntoma de fracaso fueron las elecciones de junio de 2016 en las que la confluencia Unidos Podemos perdió casi un millón de votos. Había voces internas que criticaron no haber hecho presidente a Pedro Sánchez cuando éste lo intentó durante la XI Legislatura (la fallida). Otras ya clamaban contra el peso que Izquierda Unida demandaba dentro de la confederación.

El sector «errejonista» fue el más fuerza cobró: era partidario de un acercamiento al PSOE y estaba en conflicto directo tanto con Iglesias como con los aliados de Izquierda Unida. Errejón fue purgado en el congreso de Vistaalegre II, en la primavera de 2017. La que ascendió a ocupar su lugar fue Irene Montero, quien se ha convertido en una suerte de zarina o de Rasputina. Su relación con el jefe todopoderoso ha hecho que la dirección de Podemos sea binaria y que gire al rededor de la pareja imperial, dado que el resto de los Padres Fundadores, las únicas alternativas de liderazgo, han caído. Pablo Iglesias optó por un personalismo dentro de su propia casa, dado que en de cara al exterior, de cara a Unidos Podemos, había que lidiar con otros líderes. Iglesias ha creído en la ingenuidad de su (laxo) conocimiento histórico que el líder fuerte es aquel que se queda solo. Pensó que una vez destronado Errejón el partido se plegaría a sus pies.

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Viñeta en «Fe de Ratas» de Jose María Nieto publicada en el diario ABC el 24 de enero de 2019.

Pero han sido muchos los errores de este zar estalinista.

El primero fue ser magnánimo con Errejón y pensar que desterrándolo a la política autonómica acabaría su amenaza. Dado el nivel de enfrentamiento político que había entre ellos, era evidente que Errejón iba a buscar la venganza contra su compañero desde dentro del partido. No mató al perro y por eso la rabia se extendió. Pablo Iglesias además alentó a los sectores errejonistas en lugar de atraérselos. El culto a la personalidad de la pareja imperial —que ha sido un total ejercicio de nepotismo al más puro estilo de los Ortega-Murillo en Nicaragua— han demacrado el espíritu electoralista y ciudadano del que tenían que ser partícipes «los inscritos y las inscritas». También estaba el asunto de la residencia imperial en Galapagar, a pesar de lo estúpido que parezca de primeras. Puede que salieran victoriosos de aquellas angustiosas jornadas en las que Irene y Pablo pusieron sus cargos a disposición de los inscritos, dejando que ellos juzgaran la decisión de comprar aquella casa. Los inscritos se lo perdonaron, al parecer. Pero la disonancia cognitiva, el «no, mi caso es diferente» , no ha pasado desapercibida para los miembros de un partido que creció insuflado por el espíritu contra la tiranía del mercado inmobiliario.

A todo ello se ha sumado el imposible funcionamiento de la confederación de Unidos Podemos, el «problema de las listas». Podemos se ha convertido en un partido en el que  hacer carrera depende de los otros partidos con los que se acude a las elecciones. El caso más importante es el de Izquierda Unida. En Andalucía, IU ha sido muy importante para Podemos ya que ha sido el aglutinante de las diversas fuerzas de extrema izquierda (IU, Podemos, Izquierda Andalucista, Primavera Andaluza…) en la coalición «Adelante Andalucía» —formación que, por cierto, recela mucho de Pablo Iglesias como se vio en la campaña electoral de noviembre—. En Madrid, ha sucedido lo contrario: IU se beneficia de ir en coalición con Podemos porque consigue así colarse en los escaños que otrora dominó y que Podemos le arrebató. El precio de esta alianza a nivel nacional es que IU se ha acabado posicionando en lugares preeminentes de las listas. Fue así como se impuso a Errejón a una miembro de IU como segunda en la lista para las autonómicas de Madrid.

Los excesivos compromisos con otras fuerzas hace que todo lo que tenga que ver con el poder en Podemos (salvo la dirección máxima) se vea en clave de coalición. Estas coaliciones forzadas desde una dirección nepotista y déspota han sido las causantes de la fractura interna que ha producido estos últimos meses. Empezó con Carolina Bescansa en Galicia y ha seguido con Íñigo Errejón en Madrid. Ahora también se ha ido Ramón Espinar —un hombre fuerte del «pablismo» que debe de ver que el barco se hunde—. Y, ¿qué nos muestra todo esto? Pues que Podemos, tras cinco años de existencia, ha fracasado en su misión primordial que era unificar todo lo que hubiera a la izquierda del PSOE. Unidos Podemos ha sido el cuerpo de una hidra cuyas cien cabezas se han asesinado a dentelladas.

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