Las elecciones a las que siempre fuimos

En más de una ocasión durante las entradas siguientes a las elecciones del 28-A, comentamos desde De Historia, Política… y perros la certeza de que el país estaba abocado a una repetición electoral en otoño y que la XIII Legislatura iba a ser como su hermana la XI, fallida. Más allá del espejismo de que Ciudadanos recordaría su ethos liberal y actuaría con sentido de Estado pactando una coalición con el PSOE y garantizando la estabilidad, no ha habido absolutamente nada que haya inclinado a pensar que se iba a lograr una investidura. El principal responsable de que eso no suceda es sin duda Pedro Sánchez, que teniendo el encargo del monarca para formar gobierno no ha hecho por buscar los apoyos. Pero como en muchas ocasiones hemos comentado, a Sánchez no le beneficiaba esta primera investidura porque en la paradoja de repetición electoral suelen beneficiarse los partidos tradicionales. El tacticismo partidista del socialismo es de tan bajo nivel ya que sacrifica la estabilidad del país con tal de lograr diez escaños más que tampoco solucionarán el problema. A pesar de lo políticamente reprobable que es esta actitud del secretario general del PSOE, a Pedro Sánchez hay que reconocerle una inteligencia cortoplacista (a él o más bien a su gurú, Iván Redondo) sin parangón para lidiar con el molesto «socio preferente»: Podemos y su líder Pablo Iglesias.

Pablo Manuel Iglesias Turrión pasará a la historia española como el líder menos versado en el arte de la política y el que más creía ser heredero de Bismarck. Iglesias nos engañó a todos. El profesor interino de Ciencias Políticas de la Complutense, asesor de los regímenes aviesos del socialismo del siglo XXI, que creó un partido de la nada con el que superar al PSOE; ha sido un auténtico (y perdóneseme el uso de esta expresión tan trillada por los medios) globo sonda. Pablo Iglesias, que incluso se daba un aire al príncipe de Talleyrand en los ojos de aire inteligente, salió rana. No podría haber tenido la extrema izquierda española mejor líder si su deseo era regresar a la irrelevancia. El gran error se ha visto en la gestión de Podemos, un partido que venía para reemplazar al Partido Socialista y que ha acabado rompiéndose en pedazos. El autoritarismo y nepotismo de Iglesias, a caballo entre el partido bolchevique de la URSS antes de Stalin y las guerras de Juego de Tronos, que en la historia y la ficción consiguen triunfos gloriosos, lo han destruido. En pocos meses lo aplastarán, cuando el defenestrado Trotsky de este estalinismo, Íñigo Errejón, lance su partido a nivel nacional y a él se sumen los recelosos líderes de las antiguas confluencias podemitas.

Iglesias ha sido una bendición para Pedro Sánchez. Sánchez es una persona inteligente per se pero para el triunfo no hay nada como que tu entorno te infravalore, porque entonces nadie te ve venir. Esa ha sido la historia de Sánchez tanto dentro del PSOE como a nivel nacional con Pablo Iglesias. Este último siempre ha creído que el crecimiento imparable de Podemos forzaría al PSOE a cortar su hemorragia siniestra con un gobierno de coalición. Esa siempre fue la meta para Iglesias; se vio desde aquella rueda de prensa primaveral en la que salió anunciando las carteras del nuevo ejecutivo PSOE-Podemos entre ellas su todopoderosa vicepresidencia con CNI adjunto. Hoy las expectativas del líder morado son menores (Trabajo, Hacienda y Transición Ecológica), por pura vergüenza en mi opinión. Sabiendo que sentarse en la mesa del Consejo de ministros es el único afán con el que el profesor de Ciencia Política estudioso del bolivarianismo se levanta cada mañana, a Sánchez le ha sido muy fácil «cogerle la medida». Sánchez tiene a Iglesias perfectamente controlado. La prueba: puede sentarse a hablar con él durante horas y horas, reunión tras reunión, dándole vueltas a la idea de la coalición, la cooperación intermedia o la coalición cooperativa, sin llegar a ningún punto de encuentro, sin siquiera tener punto de partida o camino. En otras palabras, mareando la perdiz y pero como todo sucede en Moncloa, Iglesias confía ilusamente en que está pasando el preludio que anuncia con una cartera para Irene Montero y otra para él.

Y es que Iglesias no hace más que equivocarse con Sánchez. Primer error: En 2016 cuando Sánchez podía ser presidente con la abstención de Podemos tras haber firmado un acuerdo programático con Ciudadanos pero Iglesias se negó porque para él no había vicepresidencia. Se pagó en las elecciones de junio y continúa siendo un fantasma para Podemos. Segundo error: En 2018 cuando le regaló la moción de censura a Pedro Sánchez sin una negociación de gobierno cuando los números entre Podemos y PSOE sí estaban a la par, 69 y 84, como para exigir puestos de responsabilidad. Tercer error: se está produciendo en estos momentos en los que Iglesias piensa que le van a hacer ministro cuando en realidad va camino de verse en unas elecciones en noviembre de las que saldrá, como mucho, con veinte escaños, todos los que consiguió Izquierda Unida en su época de apogeo con Julio Anguita. Lo que le sucede a Iglesias es que no sabe leer a Sánchez como lo que es: un oportunista. No entiende que Sánchez un día sea el líder más izquierdista del PSOE, el del «no es no», dispuesto a revertir todo el pacto constitucional del 78, y que al día siguiente se haya enfundado la máscara de Felipe González, hable de cuestiones de Estado, del 155 y se postule como líder de la socialdemocracia europea. Esa confusión hace que Iglesias salga con postulados tan desesperados como su reciente «firmaremos un papel para garantizar la lealtad al PSOE en el tema catalán». Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros. O por lo menos los escondo tres años y medio, hasta que haya que ir a generales de nuevo.

Los tiempos parecen apuntar al 10 de noviembre como fecha de la repetición electoral. Hay dos incógnitas: la sentencia del juicio a los rebeldes catalanes y el partido que Errejón y Carmena puedan lanzar a nivel nacional. Cuando el Alto Tribunal se pronuncie, el caos y la insurrección pueden regresar a Cataluña. En esa circunstancia y solo en esa es posible que PP y Ciudadanos le den el gobierno a Sánchez para restaurar el orden constitucional. Lo más sensato sería que lo hiciera el PP a cambio de un Artículo 155 fuerte y prolongado y puede que puestos en el Consejo de ministros. Tendría que tratarse de una situación de emergencia nacional para que se conformase lo que en la Restauración se denominaba «gobierno de primates» capaz de afrontar la crisis de Estado. No sería ni siquiera necesario que Pedro Sánchez y Pablo Casado compartieran gobierno; bastaría con que el PP pusiera encima de la mesa nombres independientes vinculados al liberalismo conservador para formar un gobierno de concentración para hacer frente al desafío. Insisto en que esto solo sería viable en caso de que la sentencia levantara a Cataluña en armas y llevara a Quim Torra a proclamar de nuevo la independencia. Pero es difícil que este sea el caso dada la fragilidad del gobierno de Torra y sus propias incompetencia y cobardía. Se producirán disturbios que el gobierno central apaciguará, como siempre. La segunda incógnita es la interesante. Puede darse el caso de que la repetición electoral sea un tiro en el pie para Sánchez. Si Más Madrid, el experimento de Errejón, da el salto a la política nacional como partido que se alimente de Podemos y el PSOE, la balanza de fuerzas izquierda-derecha puede cambiar de forma significante. Si Errejón logra suficiente respaldo popular, la Izquierda puede llegar a sufrir una fragmentación semejante a la de la Derecha, lo que brindaría una oportunidad al partido que sin duda va a crecer a expensas de su escisión radical: el PP.

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